Atenta
a la persecución, al tránsito de un contorno a otro, insisto en el
viaje. He de venir de un sitio extraño, uno que me acerca a las
figuras angulosas de la noche y reparte los nombres de los objetos
sobre la mesa. La boca se ilumina como un farol a la distancia. La
voz aglomera las luces de un espectáculo romboide.
Hablo
de la prisa, de la jaula circular, de la esfera que gira delante de
los ojos y aglutina la arena que se esparce junto con el tiempo, con
las horas. Las breves ausencias se acumulan. Dejo el rastro de la
huída, del temblor de las manos. Conozco la feliz condena del
regreso.
El
mapa no muestra los muros ni los techos mojados por el oleaje
epistolar, tampoco desentraña las miradas oscuras que navegan contra
el viento. Soy quien olvida el atropello de las manos, quien observa
el comienzo tardío.
Hoy
escucho las respuestas de un amanecer calcinado en el puente que
enlaza los brazos del día. Miro la isla.
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