[Colaboración de Jean Rush]
Confianza
Alberto acababa de encender su cigarrillo, cuando el teléfono sonó.
–Bueno, ¿quién habla?
–Alberto, soy Mariana
–dijo una voz femenina casi ininteligible, parecía estar llorando.
–¿Qué pasa, Mariana?,
¿estás bien?
–La verdad es que no,
¿puedes venir?
–Claro, voy enseguida.
Tomó su chaqueta de piel
sintética y salió de su departamento.
Eran las tres de la
mañana pero eso no importaba, su mejor amiga lo necesitaba. Ella
haría lo mismo por él –pensó mientras caminaba por las
solitarias calles.
Mariana, que no había
dejado de llorar desde el incidente, escuchó sonar el timbre.
Alberto estaba ahí, sabía que no le fallaría.
–¿Qué te sucedió?,
¿por qué lloras?
–¡Fue horrible! –gritó
ella a todo pulmón.
–Calma, calma, ya estoy
aquí, ¿quieres contarme?
Mariana asintió con la
cabeza, le costaba trabajo articular palabras.
Comenzó con su relato
cuando se calmó un poco.
–Nunca lo hubiera
pensado de Gus, nuestra relación siempre había sido muy buena…
hasta hoy. Estuvimos toda la tarde viendo películas y como a eso de
las 11 de la noche dijo que pediría un taxi, para no arriesgarse a
que lo asaltaran. Le dije que iría por mi suéter para salir a
despedirlo, cosa con la que estuvo de acuerdo.
>> Al entrar a mi
cuarto, sentí un golpe muy fuerte en la espalda y de repente me
encontré tirada boca abajo en mi cama. No entendía lo que estaba
sucediendo. Lo comprendí cuando sentí sus asquerosas manos tocando
mi cuerpo. Sentí ganas de vomitar. Mi fuerza no se comparaba con la
suya, por lo que no pude evitar que rompiera mi ropa interior y
comenzara a penetrarme. Le supliqué que dejara de hacerlo, amenacé
con acusarlo, intenté golpearlo, pero todo fue inútil… ¡El hijo
de puta me violó!, ¡sigo sin poder creerlo, era mi primo y nos
queríamos como hermanos!, ¡¿cómo pudo hacerme esto?!
Alberto se quedó
inmóvil. Al llegar ahí no se imaginó que algo así hubiera sido el
motivo por el cual su amiga lo había llamado con tanta urgencia,
pero ahora lo comprendía. Apretó los puños, golpeó la pared y por
sus ojos rodaron un par de lágrimas.
–¡Voy a matarlo, dime
dónde vive!
–Me gustaría que lo
hicieras, ¡lo odio!, pero sólo quiero estar segura, sentirme
protegida y fuiste la primera persona en la que pensé, quédate
conmigo, Beto.
Él no pudo contener el
llanto y de pronto se derrumbó. Sentía un gran peso en su cuerpo y
tenía que librarse de esa carga. Aquél era el momento.
–¿Sabes? –le dijo a
su amiga– a mí me sucedió lo mismo a la edad de cinco años…
Al terminar su relato se
sintió liberado, había cargado tanto tiempo con ese secreto y ahora
trataría de superarlo junto con su amiga. Lo mantenía guardado porque
no sabía a quién contarle su experiencia.
Schopenhauer tenía
razón, nuestra confianza puede ser egoísta, cuando la necesidad de
hablar de nuestros asuntos nos incita a hacer confidencias.
Después de eso, se hizo
el silencio y ambos se fundieron en un largo abrazo. Las palabras
hubieran sobrado, pues ellos necesitaban sentirse acompañados.
Jean Rush
PlasmArte Ideas, septiembre, 2015
*COCTEL DE LETRAS está a cargo de Inés M. Michel
[Egresada del Instituto de Ciencias, generación 100, (100cias100pre).
Las letras le han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones.
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror.
Casiopea es su guía y confidente.]
Contacto: inesm.michel@gmail.com
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