miércoles, 31 de octubre de 2018

Entelequia Musical | Entre Fellini y la orquesta


Colaboración de Natalia Ulloa




¿A dónde van las chispas? 
¿Y el fuego cuando se apaga, igual que la música, 
que nadie sabe a dónde va cuando termina?
 Cuántas ideas se me ocurren al estar aquí, abuela.
Pero desaparecen como las chispas.
¿Cómo detenerlas, abuela? ¿Se puede?
Cómo me gusta recordar más que vivir;
al fin y al cabo, ¿cuál es la diferencia?

F. Fellini.



Hace poco fui a escuchar a la orquesta Saint Martin in the Fields en el Conjunto de Artes Escénicas. Para mi sorpresa, la orquesta no llevaba director (como acostumbramos a verla), y tenía una calidad interpretativa, de comunicación y de ensamble verdaderamente apabullante.

¿Cómo es posible que una orquesta sin director suene tan bien?, ¿es por el director o por la orquesta que generalmente no pasa eso?

Esa pregunta me remitió a muchas cuestiones. En primer lugar, recordé que en la universidad me enseñaron que la clase de práctica orquestal era muy importante porque en ese momento el músico se jugaba todo su aprendizaje y experiencia para interpretar en conjunto. Me parecía verdad, hasta cierto punto. Sin embargo, muchas veces no comprendía por qué el director se molestaba tanto cuando nos decía que “no ensamblábamos” ni “hacíamos música”; ¿cómo no hacíamos música si teníamos a un director enfrente que nos dirigía?

En este punto, comprendo la ingenuidad de mi perspectiva, pero ciertamente me alarma que en una universidad se fije una visión como la mencionada anteriormente. 

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Academy of St. Martin in the Fields (Foto: Conjunto de Artes Escénicas).

Antes de entrar a una orquesta, el músico se relaciona con un ambiente llamado “Música de cámara”, ambiente que se desarrolla en un ensamble aparentemente pequeño y en el cual no se requiere de un director, pues los músicos están en constante diálogo y comunicación para poder hacer música en conjunto. Este suceso es muy parecido a cuando tenemos una conversación en grupo con amigos: en la charla no necesitamos de un moderador que nos recuerde sobre qué tema estamos hablando y qué dirección va tomando la conversación. Al charlar con amigos vamos respetando la voz de cada uno, suponiendo el momento conveniente para entrar a decir algo (pues puede que ya conozcamos a la persona con quien hablamos o sabemos escuchar y entendemos lo que nos quiere decir y en qué momento concluye su idea). En esta red de esperar y hablar, todo el conjunto de amigos forja una plática general que tiene un tema central con ideas diversas, que no desvían la intención principal, sino la enriquecen. Eso mismo sucede en la música de cámara; el músico, después de haber analizado la obra, se dedica a compartirla con sus compañeros, respetando el decir de cada uno para entablar un discurso general que le haga sentido a todos. En ese punto, el músico toma las herramientas necesarias de comunicación musical, comprensión, las dinámicas y su subjetividad, etc. Luego, pasa a una orquesta para hacer música con un conjunto considerable de músicos. En este punto, la orquesta queda dividida por secciones; los principales de sección (principal de viola, cello, flauta) se encargan de recibir directamente las intenciones del director hacia la música. Después, estos principales les comunican musicalmente a sus compañeros de sección esas intenciones, creando una red grande de diálogo que es moderada por un director para obtener una pieza musical interpretada de tal o cual forma.

Si observamos, nos damos cuenta que en una orquesta es necesaria la práctica previa (fundamental) de la música de cámara para poder disfrutar lo que se toca, comunicarse e interpretar satisfactoriamente. Ése es el ideal.

Sin embargo, el problema es que algunas instituciones educativas, y algunas orquestas en la epública mexicana, le dan mayor importancia al hecho orquestal que a la música de cámara, ofertando menor cantidad de niveles para cámara que para orquesta. Por ende, el músico al enfrentarse al suceso orquestal no sabe a qué atender, cómo interpretar(se), y piensa que seguir a un director es la única forma de hacer música, obedeciendo ciegamente las indicaciones que éste le da y reproduciendo un impulso, no elaborando una interpretación en pro del conjunto.

Escuchamos, entonces, centenares de orquestas donde parece que todos tocan de solistas, que no se logra escuchar muy bien en donde está el motivo principal y quién lo lleva, la falta de fraseo... en fin, se nota el desprendimiento de unos con otros. Un individualismo tremendo en un ambiente que está conformado para todo lo contrario.

Si esto lo llevamos a formas más graves, nos encontramos con orquestas que están sumergidas en ambientes tóxicos, pues, al ser la orquesta la única forma de hacer música, todos se pelean por mantenerse a costa de otros, incluso del director. Se acrecenta una revancha entre director y músico: el director tiene el falo del hacer de la música y el músico cree que obteniendo el falo será la única forma de hacer-se con la música. Con obtener no me refiero a literalmente ser director de orquesta (pues sabemos que ésa no es la función primaria e ideal de uno), sino poder apropiarse de su interpretación sin depender de otro.

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Joshua Bell y la Academy of St. Martin in the Fields (Foto: Sociedad Filarmónica).

Esta problemática me recordó aquella película de Fellini titulada Ensayo de orquesta. En ella, un grupo de músicos que conforman la orquesta se cansan de tener un director que les suprima sus propias intenciones con la música, les mande el cómo debe interpretarse y no los tome en cuenta como personas. Deciden, pues, intentar conformar una orquesta sin un director físico, entablando como única guía los acuerdos que tengan todos los músicos en la interpretación de una obra.

Como es de suponerse, en el transcurso surgen disputas y riñas por no lograr una organización que permita trabajar la música, pues cada uno representa el individualismo que se le adjudica en tanto instrumentista y no en tanto ensamble. Los músicos se desesperan y se imponen unos con otros, cada vez con mayor violencia, hasta que la orquesta se desintegra porque el ambiente es terrible para trabajar. ¿Acaso Fellini pretendía clarificar que este suceso por los juegos fálicos se vive en las orquestas con normalidad?

Diría que sí, en principio, pero decir sólo eso sería subestimar demasiado a Fellini. Creo que, más allá de la lucha de poderes, nos damos cuenta que como músicos (por la enseñanza recibida desde la universidad) nos olvidamos de que la música nos posibilita, traza lazos de empatía y probable comunicación. Al perder esas bases entramos en una dinámica que está lejos de ser musical, concentrándonos solamente en quién es el que porta el poder para poder postularse como “alguien frente a los otros”.

Si nos dedicamos a la música es porque deseamos (inacabadamente) el hecho musical y este hecho se logra tanto en la proyección personal como en la música de cámara. Si en la república mexicana no tomamos en cuenta o restablecemos el lugar que le corresponde a la música de cámara, seguiremos escuchando a un puñado de personas domadas por un otro que se asume como director, intentando hacer música sin lograrlo.

La orquesta Saint Martin in the Fields nos enseñó aquella noche que si vamos en y por la música (y tomando en serio la música de cámara), se puede forjar una orquesta musical (en todo el sentido de la palabra), y si tuviera director, sería un guía que ayude en pro de la música, no que la suprima.

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Natalia Ulloa.
nataliaulloa15@gmail.com
PlasmArte Ideas, octubre, 2018.

Twitter: @plasmarteideas
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domingo, 28 de octubre de 2018

ENSALADA FREAK | Constantine


Sección coordinada por David A. Becerra*



Hace aproximadamente un año tuvimos la oportunidad de ver en los cines al personaje de John Constantine en una producción animada llamada: Justice League Dark, se trata de una producción estadounidense de 2005, dirigida por Francis Lawrence y protagonizada por Keanu Reeves y Rachel Weisz. Pero primero, y antes de adelantarme, hagamos una pequeña recapitulación para aclarar quién es John Constantine.

El personaje fue creado por el famoso escritor de cómics Alan Moore y por el dibujante Stephen Bissette para la serie: The Saga of the Swamp Thing, en 1984. A partir de ese momento, el personaje apareció en diferentes cómics como Hellblazer, Constantine y Constantine: The Hellblazer. John es un detective de lo sobrenatural y las ciencias ocultas que reside en la ciudad de Londres. Es fumador compulsivo, cínico y sarcástico, además de ser cazador e investigador de seres demoniacos, poseídos y demás personajes fantásticos.

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Lo que hoy les comparto es que apenas unas semanas salió en DVD y BlueRay la película animada Constantine: City of Demons, continuación de una serie animada web homónima y que tiene como protagonista al antihéroe fumador; esta cinta tiene un carácter más adulto, parecido a lo visto en Justice League Dark y que ha sido ya una característica en las producciones audiovisuales de DC Comics/Warner; como ejemplo, recordemos la última producción de Superman en cine o la película de la Mujer Maravilla. 

Constantine: City of Demons tiene clasificación R, es decir, para adultos. Encontrarán producción con contenido violento, sexual y lenguaje soez, lo cual, debo decir, en verdad se agradece mucho. En esta historia, Constantine tiene que salvar a la hija de un amigo de su juventud que ha sido poseída por un demonio, John viaja a Los Ángeles para conocer la razón de esta situación y tratar de rescatarla. Esperemos que la película tenga una buena recepción entre el público y que veamos más trabajos de este fumador empedernido.

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David A. Becerra.
PlasmArte Ideas, octubre, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
  
Ensalada Freak es coordinada por David A. Becerra.
[*Cocinero de primera, perdón de primer año, 
experto en revolver cosas sin un orden específico, 
se me encargó la elaboración de ensaladas y otros platillos. 
Tengo la intención de escribir varios libros,
 de cursar varios diplomados, algunas maestrías y un par de doctorados, 
 hablo más o menos español, y lo escribo al 50%;  
soy el fundador y único miembro de mi propio fanclub de Star Wars.]
Contacto: davidalfonsobecerra@gmail.com

viernes, 19 de octubre de 2018

ENSALADA FREAK | Venom: El nuevo superhéroe de Marvel



Sección coordinada por David A. Becerra*


En 1984, dentro de las páginas de Marvel Super Heroes: Secret Wars #8, ocurre el primer encuentro entre Spiderman y el simbionte (llamado más tarde Venom), un ser extraterrestre que se fusiona con su portador dándole una mayor fuerza y habilidad, a la par que incrementa su agresividad. 

En 1989, de la mano del escritor David Michelinie, el artista Todd McFarlane (creador de Spawn) toma esta idea inicial y a partir de una historia donde Spiderman/Peter Parker decide separarse de su huésped simbionte, este, en venganza, busca una nueva entidad para fusionarse, encontrando a Eddie Brock, un exreportero resentido con Parker por un problema laboral. Al coincidir, ambos se dan cuenta que odian a la misma persona y acuerdan sumar sus esfuerzos para destruir a su enemigo común, formando así uno de los villanos más famosos de Spiderman, Venom, por supuesto. 

En cuanto al cine, este personaje apareció en 2007, en la película Spiderman 3, dirigida por Sam Raimi y protagonizada por Tobey Maguire, Kirsten Dunst y James Franco. En esa ocasión, el actor que interpretó a Eddie Brock-Venom fue Topher Grace. La historia mantuvo la idea original, sin embargo, el desarrollo no fue lo mejor en esta primera trilogía del hombre araña, por lo que fue, tal vez, la peor de ellas. 

Tuvo que pasar más de una década para poder ver nuevamente a Venom en la pantalla grande, sin embargo, en esta producción, más acorde a las nuevas producciones de superhéroes, decidieron darle un enfoque alternativo, tomando como mera referencia la historia en los cómics. 

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Venom.
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Venom es el nuevo filme de los estudios Columbia Pictures/Sony (poseedor de los derechos de Spiderman y de sus personajes) en colaboración con Marvel Studios; la historia está basada principalmente en la miniserie de cómics Lethal Protector, donde Venom toma el rol de un antihéroe. En específico, Venom es una cinta entretenida, pasable y con posibilidades de volverse una serie; esto para los que no tienen mayor referencia que la película misma; para quienes conocemos al personaje de primera mano en los cómics, la producción resulta muy poco interesante, deja de lado los aspectos más importantes de Venom, como su motivación y odio por Spiderman, y las habilidades que comparte con este. 

A final de cuentas, la película es una más, dentro del ya abarrotado universo de producciones basadas en cómics. 

Aquí les dejo el tráiler, a ver qué les parece:

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David A. Becerra.
PlasmArte Ideas, octubre, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
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Ensalada Freak es coordinada por David A. Becerra.
[*Cocinero de primera, perdón de primer año, 
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se me encargó la elaboración de ensaladas y otros platillos. 
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viernes, 12 de octubre de 2018

AL FILO DEL CAFÉ | Ser y Shakespeare


Sección coordinada por J. Ignacio Mancilla*



Después del texto que abordó la relación Karl Marx-William Shakespeare y que inauguró Al filo del café, esta sección publica ésta más que interesante disertación filosófica sobre quizás el más connotado personaje de Shakespeare y sobre el que tanto se ha escrito desde muchas perspectivas. Se toma, aquí, la famosa disyuntiva de “ser o no ser” como el objeto mismo de la meditación. Hecha con suma destreza no por un joven filósofo, sino por un filósofo joven poseedor, ya, de un estilo propio que estoy seguro todavía afinará y pulirá para llegar así a escribir todavía más y mejores textos, en la vía abierta por el que aquí se publica. 



Colaboración de Irving Josaphat Montes

Mañana también, en la función de las seis de la tarde, el Rey Hamlet vagará por las afueras de un castillo hecho de cartón o de imaginaciones siempre discordantes. Acaso la tragedia sea la perpetuidad; acaso Shakespeare ensayaba la “litost” con sus personajes condenándolos a la existencia perenne de la tinta y el papel. 

No es Hamlet, el príncipe, quien ha hecho del “ser o no ser” una cuestión a modo de pregunta, sino los existencialistas prematuros -e incluso los tardíos-. Y es que el monólogo de Hamlet se ha leído como si en él se lanzara la tentadora e íntima propuesta de una elección: la de existir o dejar de existir. Visto así, la respuesta a esta cuestión no opone mucha resistencia intelectual: es tan sencillo como decidirse, afirmarse, o no, en la existencia. Y esto se responde ya sin miramientos en la cuestión misma de “ser o no ser”, pues es a la experiencia subjetiva y vital a la que se le exige dar respuesta.

Pero, ¿acaso no procedemos mal y de manera negligente si aventuramos una respuesta a la cuestión de ser o no ser, sin antes no cuestionamos esta cuestión? ¿Será que “el ser o no ser” no es algo que Hamlet planea resolver sino algo que planea cuestionar? Hacer de la cuestión del ser o no ser una cuestión íntima que postula una decisión binaria y donde uno sólo puede elegirse en lo uno o en lo otro sin más, es no tomar en serio la cuestión, es resistirse ante su centro de gravedad, porque responder: “sí” o “no”, antes que una resolución, es una elusión de eso que Hamlet parece plantearse. Y si es verdad que la cuestión de ser o no ser, no nos exige de manera inmediata una respuesta, sino que nos exige ser tomada en serio, entonces habría que empezar por cuestionar esto que, de principio, parece cuestionarnos; empezar por increpar a eso que nos increpa de una manera tan violenta que parecería no admitir más que la contundencia de una afirmación o de una negación.

Retomemos, entonces, el monólogo de Hamlet donde se hace manifiesta la cuestión:

“Ser o no ser: ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ella, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hallamos desenredado de este embrollo mortal.”



Fotograma de Hamlet (L. Olivier, 1948, Reino Unido).


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Si la cuestión de “ser o no ser” se nos presentara como una pregunta que, por su mismo carácter de pregunta, nos exigiera una respuesta monosílaba y contundente, tendríamos que admitir que esta pregunta es, de hecho, respondida por Hamlet en el mismo monólogo, pues es él mismo el que nos dice que la muerte es “una consumación piadosamente deseable”.  ¿Y, entonces, por qué Hamlet no emprende su propia consumación, si ya ha dado respuesta a la pregunta de la que ha partido? No, la cuestión no es meramente vitalista y personal, lo que le preocupa a Hamlet no es decidir morirse o no, lo que le preocupa no es si ser o no ser: lo que verdaderamente le preocupa, lo que está puesto en cuestión, es si ese “no ser” es verdaderamente una negación absoluta del ser; es si es que uno al morirse, se puede morir en serio, de tal forma que ningún sueño pueda llegar a ese “sueño de muerte”; es si de verdad la muerte es una muerte descarnada, pues al ser los sufrimientos del corazón herencia de la carne, al ser la carne lo que vuelve susceptible al ser -acaso su esencia y no su accidente- , en la medida en que el no ser se nos presenta como impensable, no hay garantía de que el ser, en su negación, pierda su esencia, de que el hombre, en la muerte, pierda su condición carnal. Dicho de otro modo, para Hamlet: la muerte no es garantía de la muerte.

Visto de esta forma, la cuestión de “ser o no ser” de Hamlet adquiere otra faceta, pues si antes nos había aparecido como pregunta, ahora ya no; lo constitutivo de una pregunta es su posibilidad de ser respondida. Lo que hace pregunta a la pregunta es que ésta admite siempre una respuesta, de tal forma que la pregunta, al ser respondida, queda opacada, subsumida a la respuesta misma. Ahí donde ya hay una respuesta no hay una pregunta, y ahí donde hay una pregunta lo que se pide es una respuesta. Pero la cuestión de “ser o no ser” no puede ser respondida y esto es lo que angustia a Hamlet, pues responder “sí” o “no” es no entender el cuestionamiento que se no está planteando: En la medida en que la misma formulación de no-ser nos exige la comparecencia del “ser” para poder negarlo,  se nos muestra ya que el no-ser no puede ser, en esencia, pensado, sino es a partir de lo que es. Dicho hegelianamente: que la nada no puede comparecer sino es como nada determinada, y una nada que es determinada, de hecho, no es una nada, pues es la negación determinada de algo. Si acaso tomo a la cuestión por pregunta y me elijo en el no-ser, esta elección no es la resolución de la cuestión, es su principio, pues lo que he elegido es totalmente aporético: eso que he elegido, de facto, no es. Mi elección es vacía, no estoy eligiendo nada. Así, la cuestión de Hamlet no es una pregunta, es una paradoja, pues si lo constitutivo de la pregunta es su posibilidad de ser respondida, lo constitutivo de una paradoja es su imposibilidad de resolverse; no hay respuesta que agote la paradoja. No hay nada que pueda subsumirla, y si la paradoja se me presenta como angustiante, entonces es la angustia misma la que persiste ante todo intento de aquietarla.  Si el problema se tiene, en la paradoja se está; si el problema exige resolución, la paradoja exige posicionamiento: esta es la cuestión de Hamlet: ¿cómo me posiciono ante eso que no puedo resolver?

El primer esbozo de esta paradoja aparece en el inicio de la obra, cuando el padre de Hamlet, el Rey muerto, se presenta como una figura fantasmagórica ante el castillo de Dinamarca. La manera en que los guardias reconocen al rey muerto es por su figura corpórea e, incluso, porque frunce el ceño, dice uno de los guardias, tal como cuando “destrozó a los polacos en sus trineos sobre hielo”.  Esto es: lo que hace reconocible al rey después de su muerte, es que ha mantenido su condición corporal, es que sigue siendo carne; carne sufriente, carne errante, carne gesticulante, carne viva.  Si “el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales” son herencia de la carne, es decir, tienen su origen en ella, en ella también tienen su fin; ¿qué es el gesto, la mueca, sino las marcas inmediatas de las afecciones? ¿no es acaso en la carne en donde se reciben esos golpes y sufrimientos del corazón? El rey está muerto, y sin embargo no lo está; el rey es ya carne que ha iniciado su putrefacción en los adentros de un féretro y, sin embargo, sigue siendo carne vive, carne sensible que sufre su propia descompostura. Tal parece que los sueños, los sueños vivos, son capaces de profanar ese sueño de muerte. Ser o no ser: esta es la paradoja; Ser o no ser: este es límite de nuestra inteligencia y el principio de nuestras angustias.

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Imagen tomada de: hombreencamino.com


Pero ¿por qué angustia? Es decir: si decíamos que la paradoja no exige respuesta sino posicionamiento, entonces postular a la angustia como correlato inmediato de la paradoja por el ser, ¿no es ya establecer un posicionamiento ineludible? Es verdad que los personajes de Shakespeare, al menos en sus tragedias, parecen seres angustiados, pero, de ser así: ¿qué les hace posicionarse en la angustia y cómo es que la viven? Cuando Heidegger, en Ser y tiempo, se pregunta sobre el correlato de la angustia, de qué es eso ante lo que el Dasein se angustia, responde que la nada misma, entendiendo la nada como pura posibilidad, como el absoluto y contingente haber susceptible de cualquier e indiferenciada significación. Pero para Hamlet el ante qué de la angustia no parece ser tanto la nada misma como la paradoja de la nada. En el fondo, el planteamiento de la paradoja es simple -y no-: ¿acaso la nada, en su no ser, también es? Y si es ¿qué es? Evidentemente ya no sería nada, tendría que ser algo, otra cosa, pero nunca nada. Así, mientras Heidegger parece haber asumido que la nada no es puramente nada sino el haber absoluto y contingente de algo, esto es, que la nada es siempre nada determinada pero susceptible de ser cualquier determinación, Hamlet no presupone este punto de partida, pues no resuelve la paradoja que se está planteando, y es que la nada, para Heidegger, es siempre algo. Partiendo de aquí, lo que a Hamlet parece angustiarle, su ante qué de la angustia, parece ser la idea de que esa nada, al no poder ser tal, no sea otra cosa más que la prolongación del ser; que la nada sea otro escenario donde el ser se proyecta. Y es que si es en el ser, en el ser hombre, en el ser carne, de donde emanan y en donde se sufren las afecciones del corazón, de lo vital, entonces ni siquiera la muerte puede presentar un alivio a estas afecciones; entonces el descanso eterno, si bien sí es eterno, no es ningún descanso. Dicho de otro modo: el ante qué de la angustia de Hamlet es la contingencia misma, pues de haber nada, la nada misma sería un freno a este perpetuo acontecer, pero al no haber tal cosa, el ser sigue aconteciendo, como los sueños, en el no-ser. Y si para Hamlet esto es el correlato de la angustia; para Shakespeare esto es la esencia de la tragedia.

En las obras trágicas de Shakespeare, aquello que parece desencadenar siempre la atrocidad es la ambición de sus personajes; aquello que da comienzo a la tragedia es el querer de algo a lo que el personaje se aferra hasta sus últimas consecuencias; es hasta sus últimas consecuencias que Romeo se aferra a Julieta y que Julieta se aferra a Romeo, es hasta sus últimas consecuencias que el tío del príncipe Hamlet se aferra a la corona, es hasta sus últimas consecuencias que Macbeth y su esposa se aferran a ser los reyes de Escocia. Aquí el problema no es el querer en sí, es el querer a perpetuidad, pues querer a perpetuidad es no asumir el acontecer del ser, el ser en su mero ser siempre siendo. Es la contingencia del ser, el ante qué de la angustia de Hamlet, lo que impide ese querer a perpetuidad, porque si Hamlet se posiciona de manera angustiada ante la paradoja, los personajes que desencadenan las tragedias shakesperianas, se posicionan en negación a la paradoja. Quiero decir: mientras en la angustia se asume la paradoja -el inacabable acontecer mismo-, en la negación, valga la redundancia, se niega la paradoja, porque lo que se da es un intento, violento, de posesión. La posesión aquí tiene el carácter de la nada. Porque poseer es detener la marcha del acontecer. Se quiere poseer eso que se quiere, y se quiere querer poseyéndolo, pero para poseerlo hace falta negar la contingencia del ser, su ir y venir, su irrefrenable vaivén. La nada se vuelve así la condición de posibilidad de la posesión, pero al no ser la nada más que una prolongación del ser, la posesión es justamente eso que no se puede. Los personajes de Shakespeare quieren hacer posible eso que no se puede y en el intento perecen; mueren, pero no mueren y esa es su tragedia.

¿Y es solamente la tragedia de los personajes de Shakespeare o es la tragedia misma de Shakespeare el hombre, diría Unamuno: “El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”? ¿Es Hamlet quien vive en esta paradoja y se la recita a sí mismo, o es Shakespeare pronunciándose ante la muerte de su hijo Hamnet? Los dos. Y quizá, también, nosotros.

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Agonía, Edvard Munch, 1915.





Irving Josaphat Montes.
PlasmArte Ideas, octubre, 2018.
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Al Filo del Café es coordinada por J. Ignacio Mancilla*.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]

Contacto: ig.man56@gmail.com