jueves, 12 de julio de 2018

Entelequia musical | ¿A qué le tiras cuando tocas, mexicano?


Colaboración de Natalia Ulloa




“Deja el tesoro que Cuauhtémoc fue a enterrar
cuantos centavos se te escapan de la mano
buscando un taxi que jamás te ha de llevar”.

- Chava Flores.


Hablar del panorama cultural-musical de México requiere de muchas sesiones (que podrían no bastar incluso) para clarificar el panorama artístico al que nos enfrentamos en nuestra sociedad, pues es un país con tantos desbalances y a la vez tantas riquezas, que es dificil parametrarlo en una posición determinada que ayude a tener claro un sendero a seguir para quienes pretendemos dedicarnos al arte.

Sin embargo, lo que intentaré en este breve texto será provocar la respuesta a una pregunta crucial en el ser músico, aquí en México: ¿qué hacer si me dedico a la música?, ¿para qué tocar música? La respuesta inmediata a la primer pregunta sería “trabajar en la música, vivir de ello”, pero en este país esa respuesta no es suficiente para mantenerse.

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En primer lugar, el mero hecho de dedicarse a la música en México es un acto de valentía. Más del 50% de los estudiantes mexicanos de artes (específicamente música) son de clase baja-media. Sólo una minoría puede solventar los gastos universitarios y de mantenimiento instrumental con plena satisfacción, los demás tienen que dividirse el día en trabajos de medio tiempo que ayuden a pagar los estudios, además de encontrar tiempo más allá de las 24 hrs para poder practicar diariamente su instrumento. El dicho popular de “te vas a morir de hambre si te dedicas a eso” se hace lacerante, no por un acto propio, sino por las circunstancias a las que nos encaminamos.

Pese a este primer plano, las escuelas de música (aunque con recursos bastantes limitados) tienen una demanda considerable de aspirantes, aspirantes que llegan a las instituciones con la idea romántica del que se dedica a la música por amor y pretende dedicarse sólo a eso, con tiempo de perfeccionar su técnica; de aquel que intenta erradicar el dicho popular para vivir dignamente de su amor al arte.

Y aquí hay algo muy importante: el amor. No cabe duda que quien se dedica en México a la música lo hace con un sentimiento que rebasa de amor por su profesión, pues poco a poco (desde los inicios de sus estudios) se enfrenta a la oferta cultural precaria del país y, aún así, sigue por un camino que le dé un hálito de mantenimiento con el arte.

Tomada de: achavalcarlos.com

Muchos en este punto, vislumbran un panorama precario para el crecimiento artístico y consideran la opción de estudiar fuera del país, con la visión del que sale para tener mejor nivel y, si le va bien, regresa a su tierra de nacimiento a incrementar el nivel local. Sin embargo, bajo las condiciones económicas mencionadas anteriormente, los estudiantes de música, en esta primer asfixia de oportunidades, optamos por aferrarnos a un discurso gastadamente nacionalista: “No hay que ser malinchistas, México tiene lo necesario para dar músicos de calidad.” O, “si uno le pone ganas al estudio aquí puede ser igual de bueno como en otros países”. 

No lo dudo. No dudo que México tenga una riqueza de músicos demandantes, ni dudo que haya algunos que se han ganado arduamente un nombre muy respetable dentro de la república. Pero el problema es que, aunque México cuente con esa belleza, su estructura cultural y educativa es tan limitada que resulta difícil salir a otros rumbos y dar de sí lo que se cree que se ha dado en el país. Es decir, no basta el discurso y el sentimiento, es necesaria la aplicación fáctica de ello.

En el país hay diversas universidades con una calidad muy respetada por los músicos y a la cual la mayoría pretendemos aspirar. Cada año, miles de aspirantes de la república hace trámites a las instituciones de renombre, pues en el fondo, estas instituciones prometen un nivel de la misma magnitud que en el extranjero, lo que incentiva al músico a poder ser “alguien de nombre” en el mundo (un término por demás paradójico). Por desgracia, ante la alta demanda y los bajos recursos con los que cuentan estos centros educativos, los cupos son bastante reducidos, lo que provoca que la mayoría se vaya estancando en la oportunidad de aspirar a salir de su país para ponerlo en alto.

Las otras universidades de música del país admiten con mayor facilidad a los estudiantes, a costa de un nivel académico precario. Para “compensar” este desbalance, dichas instituciones ofrecen becas de estudio al extranjero. De esta forma, los músicos pueden darse una idea de su educación comparada a la de otros lugares y así, saber cuánto tiene que esforzarse. 

Creo que esta práctica en las universidades de música mexicana se va generalizando cada vez más, lo que provoca una alarmante situación del nivel musical local que obtenemos con referencia a otros lugares de trabajo.

Juan Arturo Brenann decía que cualquier revisión del quehacer musical en México, por superficial o profunda que sea, necesariamente conduciría  a hallazgos y conclusiones que, en buena medida, nos reflejarían un panorama de crisis y atraso semejante al que caracteriza a todas las demás áreas del quehacer social y cultural en nuestro país. ¿Qué hacer, entonces, si no puedo dedicarme a la música dentro de mi país como esperaba? Es aquí, entre la confusión de querer sacarle provecho al país para poder defenderse en el extranjero por una plaza y las circunstancias internas que asfixian ese querer, donde surge la segunda pregunta: ¿Para qué tocar?.

En una masterclass, el maestro preguntó a los estudiantes “¿qué era el éxito?” para ellos, o, en otras palabras, ¿qué pretendían con tocar? Más del 60% de la sala respondió que su objetivo era ser famosos, ese “ser alguien en el mundo” que mencioné anteriormente. Todo esto con un ambiente de competencia y de demostrar quién era el mejor sobre los otros. Esas respuestas me preocuparon bastante, pero al ver las condiciones en que lo decían comprendí el porqué de dicho suceso. 

Cuando en el interior del país se ven truncas las posibilidades de vivir dignamente de la música, recurrimos al discurso nacionalista, pero nos damos cuenta de que la nación no nos ofrece tampoco un ambiente sustentable para la profesión. Se ha dicho que México tiene cada vez más apoyo para el arte: “hay que mirar tan sólo la gran demanda de orquestas que van surgiendo en los estados”. El problema es que las carteleras cotidianas podrían hacer pensar que se vive un auge y una bonanza, por la cantidad de sesiones musicales anunciadas. Sin embargo, cualquier revisión un poco más profunda de dicha demanda, permitirá descubrir enormes carencias. Por ejemplo, más allá del espejismo de una aparente abundancia de orquestas sinfónicas, muchas de ellas están en crisis permanente. Las orquestas más importantes de cada estado están formadas por una mayoría de músicos extranjeros de mediana calidad, dejando a los aspirantes locales sin posibilidad de acceder a un puesto.

Las orquestas/ensambles que sufren el permanente lastre de las mal entendidas “conquistas gremiales” se ven también afectados para los músicos mexicanos. Las orquestas/ensambles que se forman al vapor como inútil proyecto sexenal de tal o cual funcionario y las que llevan largo tiempo sumidas en la inacción y el estancamiento, también. Desde las que sufren constantes cambios de director titular, hasta las que son mantenidas por años sin uno, con los catastróficos resultados evidentes, pasando por las que padecen a perpetuidad al mismo director, no siempre el que más les conviene, pasan cada vez más, por una crisis laboral y de demanda preocupantes.

No faltan, tampoco, las falsas filarmónicas regionales de ocasión, formadas por una veintena de músicos, y utilizadas por el pequeño gobernador en turno como decorado de fondo en sus actos políticos disfrazados de promoción cultural. Y de nuevo, una contradicción enorme: un recorrido auditivo por nuestras orquestas sinfónicas permite apreciar con claridad que a la mayoría de ellas le urge una renovación importante del personal que habita sus atriles. Es por eso que en los conservatorios y escuelas de música se manifiesta que no hay puestos existentes de trabajo para los instrumentistas que egresan de esas instituciones. Es obvio, pues, que hay una fractura entre una demanda evidente, la renovación urgente de nuestros cuadros orquestales, y una oferta aparente, la de la producción académica de ejecutantes instrumentales. Es claro que hay algo completamente disfuncional en lo que, en teoría, debería ser un círculo virtuoso en el que nuestras instituciones de enseñanza musical nutrieran constantemente de instrumentistas a las orquestas nacionales, para promover una estabilidad cultural y aumentar el nivel musical de la república.

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Si nos remontamos a los ensambles (la segunda opción después de las orquestas subsidiadas) nos enfrentamos a una imagen peor: ¿cuántos ensambles  estables de buen nivel sobreviven en el país?

Periódicamente, surgen aquí y allá grupos de diverso tamaño y dotación, con las mejores intenciones, pero desaparecen después de una efímera vida, sin dejar huella. Se cuentan con los dedos de una mano los ensambles de buen nivel que pueden subsistir en el país, si bien nos va. Los grupos dedicados de lleno a la música son escasos, tienen una vida precaria y su continuidad y permanencia son casi imposibles al margen del subsidio oficial, que tampoco suele ser muy generoso.

Además, la música que programan e interpretan las orquestas nacionales es también un tema que conduce a otro callejón sin salida. Con frecuencia, los conjuntos sinfónicos (y camerísticos) mexicanos demuestran una notable renuencia a comprometerse con la música y su vasto recorrido por el tiempo. En el caso particular de la música mexicana de hoy, se ha establecido desde hace tiempo un perverso círculo vicioso en el que el público rechaza categóricamente cualquier partitura mexicana que no sea un huapango, un danzón o una estrellita, por lo que las orquestas usualmente no programan nada que pudiera ahuyentar al cada vez más escaso público. En plena temporada, al interior de la programación de todos los conciertos, están incluidas apenas diecisiete obras mexicanas. De ellas, la mayoría son de Silvestre Revueltas o pertenecen al periodo nacionalista de nuestra música. Así resulta que, a lo largo de las temporadas de conciertos, las orquestas interpretan un repertorio que se ha quedado, a lo mucho, en los años 30 de nuestro país, ¿y lo demás?. Ello apunta hacia una notable falta de imaginación.


Tomada de: bahiautopica.cl


Con esta imagen de la situación musical del país entiendo el porqué los músicos responden generalmente que su objetivo es ser alguien en el mundo, ser famosos, tener nombre. Si su discurso nacionalista se vio fragmentado por las circunstancias y la situación laboral interna es deplorable ¿qué hacer?: buscar desesperadamente la manera de forjar el nombre propio sobre los demás en la nación, para poder ser visto por un país extranjero, donde las condiciones laborales sean dignas y se pueda cumplir el ahora llamado sueño de “dedicarse a la música”.

Hemos notado, pues, que muchas de nuestras escuelas y conservatorios siguen utilizando programas y sistemas de enseñanza obsoletos, aplicados y administrados por académicos prehistóricos que se rehúsan sistemáticamente a actualizarse. El anquilosamiento de la educación musical en México es evidente, y es perversamente complementado por el hecho de que la música (y el arte en general) ocupa un lugar de importancia muy menor en el contexto de la educación básica; por más que se hable mucho de ella y por más que esté codificada en documentos y programas inútiles, la educación en el arte y por el arte, en las humanidades y por las humanidades, en la música y por la música, es prácticamente inexistente.

Tocar hacer música es un acto de decir-nos con el mundo, de dejarnos afectar y empatizar con el otro. Sin embargo, esto se ve notablemente nublado en el espejo de la educación musical mexicana, que deja este discurso en los escombros y provoca una salida desesperada que tiene como punto de llegada el probable fracaso.

¿A qué le tiras cuando tocas, mexicano?

Diría yo que a tener, de principio, la oportunidad de hacer música para decirme con el mundo. Pero, si la situación del país sobrepasa y las condiciones económicas son asfixiantes para salir: ¿qué hacer entonces?

Sinceramente, no lo sé.

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Natalia Ulloa.
nataliaulloa15@gmail.com
PlasmArte Ideas, julio, 2018.

Twitter: @plasmarteideas
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