lunes, 29 de julio de 2019

AL FILO DEL CAFÉ | Filosofía y naufragio


Sección coordinada por J. Ignacio Mancilla*



Colaboración de Irving Josaphat Montes




Pasada la borrachera de la ilustración acontece el naufragio como la cruel resaca. El romántico da por constatado que el hombre que se aventura hacia el mar del pensamiento ineludiblemente naufraga; son esos barcos tragados por los furiosos mares que pinta Turner al igual que el Maelström de Allan Poe, los espejos en los que el hombre se mira y se espanta. El hombre romántico habita el mundo mítico de Narciso como una pesadilla que gusta de llamar “nihilismo”. El nihilismo muestra la otra cara de la existencia: el dolor. La existencia se vuelve dolora en la medida en que se reconoce como una existencia en orfandad, vaga y a tientas. Si el idealista persigue la idea absoluta, el romántico se topa de repente con la materia que carece de idea, que carece de sentido y causa: el cuerpo. El hombre, buscando la unidad ha encontrado la total pluralidad de cosas que no tienen ya más que dar de sí, más que sus meros accidentes. El hombre ha reparado en que ahora, y desde siempre, se tiene sólo a sí mismo… y ya. Y su tragedia consiste en que, aun teniéndose a sí no puede dar cuenta de qué es lo que tiene. En la tematización del cuerpo, se da también la tematización del dolor; el dolor es, sí, el dolor del naufragio de la existencia, pero puesto que la existencia se descubre ya tan sólo como cuerpo, como cuerpo vulnerable, el dolor es también el dolor corporal, el dolor de la carne. Si el hombre ha de asumirse tal como es, como el cuerpo que es, ha de asumirse en toda su complejidad, en todas sus facetas que sobrepasan lo moral; a partir de aquí, la verdad y la mentira ya no se podrán enunciar desde lo moral, y esto es lo que evidencia Nietzsche. Si la razón era el elemento diferencial que nos libraba de cualquier comparación con las bestias, ahora la razón se descubre como razón suicida; la razón a rienda suelta tiende a aniquilarse a sí misma. El hombre ya no puede confiar su ethos a una razón última, ni siquiera a un “como si”; en el resquebrajamiento de la unidad absoluta, se ha escindido también la identidad de lo verdadero con lo bueno y con lo bello, perdida esta identidad, tanto la ética como la estética sufren su gran cisma, entran en crisis, están condenadas a reinventarse.

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Bell Rock Lighthouse, J. M. W. Turner, 1819.
National Galleries Scotland.


Condenado a reinventarse lo está también el “tiempo”; si la existencia es dolor, el dolor es, como afirma José Luis Molinuevo, “tiempo que no pasa”. El hombre nihilista, el hombre angustiado, no se reconoce ya en ese tiempo que acontece de manera lineal, que viene de algún lado y que, antaño se confiaba, va hacia a alguna parte. El tiempo sufre su propio naufragio y no puede ya si no ser tiempo fragmentado, pluralidad, y puesto que se ha perdido todo principio de unidad, de sentido, lo que antes respondía al principio de absoluta unidad -del γένος aristotélico- ahora ha quedado subordinado al tiempo que se devela fraccionado; el Ser sólo puede ser ya pensado por el hombre en la medida en que esté subordinado al tiempo, esto es: como Ser que comparece en el tiempo.

El costo de atender al llamado de Zaratustra a “recuperar el sentido de la tierra”, es el de asirnos de la pluralidad, de las determinaciones, en conocimiento de su inevitable y continua pérdida. Visto así, no se trata de ir en búsqueda de un sentido que mana de la tierra, sino de persistir en fundar sentido en un suelo que, aunque de facto lo pisamos, no podemos reconocerlo como firme, y esta persistencia en lo precario es lo que se reconoce aquí como “voluntad”.

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Tomada de: sinRetórica.


Y si todo sentido ha de ser sentido terrestre, y si se trata de ir arrojando piedras a nuestras espaldas como Deucalión y Pirra después de sobrevivir a la hecatombe del diluvio, entonces todo intento por re-fundar un sentido se vuelca estética en tanto que ha de atenderse a lo inmediato, a lo ahí-dado. Para esto es necesario hacer la distinción entre ente y ser: ente es, por definición, ente terrestre; Ser es eso que el ente, cual espejo, refleja. Si hemos de recuperar el sentido de la tierra, hemos de aprender a atender al dar de sí de lo terrestre; hemos de atender a los entes en los cuales el Ser, presuntamente, comparece.

Atender a lo ahí-dado, es pensar. El pensamiento sólo es tal en la medida en que atiende a lo ahí-dado y lo ahí-dado no es otra cosa, según Heidegger, que lo pres-ente. Ergo: pensamiento lo es sólo de lo pres-ente, es decir, del ente que yace ya ahí. Aquí se traza una identidad que Heidegger recoge de los aforismos parmenideanos pero que Hegel repite: Ser es Pensar. Toda lógica es onto-lógica; toda filosofía es onto-logía. Así, cuando Heidegger insiste en el olvido del Ser, no pretende otra cosa más que señalar el olvido del Pensar. Un olvido propiciado por el hacer; el pensar ha quedado subsumido por el hacer, la episteme ha sido desarraigada por la téchne.

“Esta Europa en atroz ceguera y siempre a punto de apuñalarse a sí misma, yace hoy bajo la gran tenaza formada entre Rusia, por un lado, y América por el otro. Rusia y América, metafísicamente vistos, son la misma cosa: la misma furia desesperada por el desencadenamiento de la técnica y la organización abstracta del hombre normal. Cuando el más apartado rincón del globo haya sido plenamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera, cuando se puedan experimentar, simultáneamente, el atentado a un rey en Francia, y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo sólo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal, entendido como historia, haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación; cuando en número de millones triunfen las masas reunidas en asambleas populares -entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: ¿para qué- ¿hacia dónde?- ¿y después qué?” (Heidegger en: ¿Qué significa pensar?).

El naufragio del hombre consiste en haber olvidado esta identidad entre Ser y ente terrestre y haber estrellado el barco contra un saber especulativo que no es pensamiento sino, como diría Nietzsche, “desierto que crece”. Y ante el desierto: dolor; y ante el dolor: tiempo en suspenso, “tiempo que no pasa”. Y un tiempo que no pasa, tiempo suspendido, tiempo que no conduce hacia ningún sitio, es un tiempo que traza círculos, tiempo del eterno retorno de lo idéntico, donde lo idéntico sigue siendo el comparecer del Ser en los entes, entes que emergen en el tiempo y encuentran su acabamiento también en él: entes contingentes, que van y vienen, a modo de retorno.

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Tomada de El Afiche.

La consigna es, entonces, “ir a las cosas mismas”, a los entes mismos, pensarlos, abandonarse a ellos sin garantía alguna; sólo en esto puede ya consistir la filosofía, por eso nos advierte Heidegger: “aunque nosotros no podamos empezar nada con la filosofía, quizá ésta empezará algo con nosotros, con tal que nos abandonemos a ella”.

Atenernos aquí a los entes, es decir, pensarlos, pensarlos en tanto que son, es atenernos a la experiencia, a la inmediatez, a lo estético (αἴσθησις). “Recuperar el sentido de la tierra” consiste en atenerse al encuentro con los entes terrestres: a la experiencia. Este que va al encuentro con aquello, para Heidegger, es el Dasein, para Husserl es el ego. Husserl hace, sin embargo, una pequeña vuelta de tuerca respecto al ego cogito cartesiano, lo que termina por cambiarlo todo: el ego es, ciertamente, ego cogito, pero es además ego cogito cogitatum. Esto es: todo pensamiento siempre piensa algo, a saber: el ente. Otra vez y siempre: Ser es Pensar.

Pero más allá de volver a esta identidad de la que Hegel hace eco, Husserl reconcilia al sujeto con el objeto, reconcilia al hombre con el mundo, con esa tierra que pretende recuperar. Si el sujeto sólo es tal en la medida en que va al encuentro con el objeto, con ese objeto que se digiere con el pensamiento, entonces, a la dualidad sujeto/objeto, le precede la experiencia. Lo que hay es experiencia. Lo que se esconde tras el grito husserliano de “ir a las cosas mismas” es la invitación febril de abandonarse a la experiencia, como un capitán que, tras el naufragio, exhorta a los marineros a arrojarse al mar. 

El hombre, en el mar de la experiencia, se descubre uno con el mundo, se descubre fenómeno entre fenómenos, y no sólo eso, se descubre pregunta e intenta admitirse como respuesta. Si en todo ente, como ente que marcha en el eterno retorno que es el tiempo, comparece el Ser, entonces yo en tanto que ente, en tanto fenómeno que soy, soy, es decir, me reconozco también como Ser. Si la experiencia husserliana me identifica con el mundo, con lo que es, entonces no existe un ir en búsqueda, sino un venir en búsqueda de eso que es, un volcarme sobre mí mismo a modo de interrogación. Y así como dice Heidegger que cuando a las cosas se les interroga, éstas retroceden hacia su fundamento, se ha de confiar, también, en que en el interrogarme a mí, sea yo mismo quien retroceda a mi fundamento, a mí ser que es el Ser, y pueda dar cuenta de él.



El naufragio del Seafall, I. K. Aybazovsky.

En el fondo, la fenomenología husserliana es la disección de la experiencia, pero la experiencia se devela siempre auténtica, particular. Así como la luz se realiza en el ojo, así también la experiencia se realiza en la conciencia, conciencia que va como moldeando a la experiencia dándole su lugar en un tiempo y en un espacio determinados. La experiencia se vuelve así experiencia encarnada y la filosofía, en tanto que una forma de pensar y por tanto de permanecer en el Ser, retrocede a su punto de partida, a la carne del filósofo; las ideas pierden su condición etérea y se manifiestan desde ahora como ideas-de, ideas-de hombres concretos; las ideas tienen dueño y su dueño historia. Entonces, si se quiere pensar al Ser, sólo se puede aspirar a la epojé como mero ideal regulador. Si el Ser sólo se muestra vía terrestre, hemos de admitir que toda pregunta, en tanto que inevitablemente es pregunta contextual, contextualiza también su potencial respuesta por el Ser. Desde aquí ya se puede ver que lo que más tarde dirá Heidegger, está ya también dicho en Husserl: el Ser sólo puede ya ser accesible a través del tiempo, de la experiencia encarnada.

Y sin embargo, hablar de experiencia encarnada no es aludir a ningún tipo de subjetivismo. Si hemos de pensar al mundo desde la fenomenología, hemos de pensarlo como ese punto en el que convergen las experiencias todas. El mundo como el abrevadero de las conciencias encarnadas. De esta manera el mundo es un mundo que con-formo (con los otros), en tanto que me acontece como experiencia espacio-temporal, de mi propio espacio y mi propio tiempo, pero si bien es un mundo que con-formo y, por tanto, configuro la experiencia de los otros, es también un mundo en el que la alteridad interviene, también, con-formando mi propia experiencia. Así, la responsabilidad que Husserl adquiere al reconciliar el sujeto con el objeto, no es una mera responsabilidad teórica, sino que puede leerse como una responsabilidad de carácter ético: el ego de Husserl, a diferencia de Descartes, no es un ego individual y activo (con-formante), sino comunal y también pasivo (esto es: con-formante y con-formado). El ego no pierde, pues, su relación posesiva con el mundo: el mundo es, de facto, mundo, pero es también mundo de todos.

En Husserl, el hombre romántico que se sabe náufrago, no es que renuncie a su naufragio, pero su naufragio se vuelve naufragio común, catástrofe colectiva.

El hombre buscando a Dios, encuentra al hombre; buscando la unidad encuentra la fragmentación, buscando la infinitud encuentra al tiempo, buscando al Ser encuentra al ente; y buscando refugio, encuentra al lenguaje… pero esa es ya otra epopeya.





Irving Josaphat Montes.
PlasmArte Ideas, julio, 2019.
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Instagram: @plasmarteideas
  
Al Filo del Café es coordinada por J. Ignacio Mancilla*.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]

Contacto: ig.man56@gmail.com