martes, 25 de septiembre de 2018

COCTEL DE LETRAS | Herstorian: ¿Todas y todos?

Sección coordinada por Inés M. Michel*



Colaboración de Hilda Monraz en coautoría con Inés M. Michel


Algunas reflexiones en torno al lenguaje incluyente. Propuestas, dudas y razones para cuestionar(se)


“La lengua es historia y en ese proceso histórico se han tomado las decisiones para normativizar el español de una manera u otra, en este proceso (…) está de por medio no solo el uso, sino las restricciones y normativización que se hace de la lengua”.

Patricia Córdova Abundis
directora del Departamento de Letras, 
Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, 
Universidad de Guadalajara.
                             

El lenguaje, en tanto producción cultural, es un ente vivo, histórico y por lo tanto cambiante y adaptado al contexto social en el que se crea y se desarrolla. Cada idioma se fue constituyendo bajo distintas normas, convenciones y negociaciones cotidianas. Las palabras de cada lengua se formaron de acuerdo con la compleja interacción humana relacionada con las formas de nombrar, visibilizar, utilizar y hasta olvidar ciertos aspectos. A partir de aquí, reflexionemos.

¿Por qué se estableció el masculino como genérico?

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Tomada de: eluniversal.com.mx
En una entrevista hecha a Patricia Córdova Abundis, publicada en El Informador, se establece que “desde el siglo XIII en adelante, se fue instaurando el uso del masculino como genérico, por lo tanto quedó este morfema como no marcado”, ante la pregunta de por qué no fue el femenino el utilizado como morfema no marcado, Patricia responde que esto obedece a que la mujer no estaba en los puestos de poder.
Entonces, podemos afirmar que el lenguaje es una construcción que tiene que ver con la política, en el entendido de las relaciones de poder en todos los niveles sociales. También contiene algunos pactos económicos en varios sentidos, así como enseñanzas morales y de comportamiento individual y colectivo. En específico, la lengua española es una de las más reglamentadas y con mayor tradición en la codificación de su gramática. La Real Academia de la Lengua Española lleva siglos de ordenamiento y es la máxima norma en nuestro idioma. Aunque pareciera algo inamovible, nosotras mismas hemos atestiguado algunos cambios en las reglas gramaticales a lo largo de nuestras vidas. Recordemos cuando se popularizó que las mayúsculas tenían que llevar acento gráfico -o tilde- y cuando éste se les quitó a algunas palabras, como fue lo que ocurrió gracias a una reunión de los intelectuales de la RAE en 2010 (Aquí pueden leer una nota sobre esos cambios).  Si bien, ya estaba reglamentada la tilde para las mayúsculas, le adjudicaron a la imprenta y a sus reducidos espacios que los acentos gráficos no se llevaran a la práctica. Ése es un ejemplo de un acuerdo tanto oral como escrito que no fue inamovible.
De manera que lo que los grandes eruditos nos dictan como gramatical o agramatical no es más que una serie de convenciones que responden a su momento histórico y a discusiones de altos conocimientos del lenguaje, de sus procesos y sus adaptaciones, pero también del uso del poder entre ellos, que luego se imponen como normas. El uso del masculino como genérico es un caso de estas imposiciones, por lo que argumentar que es lo correcto per se, resulta impreciso. Sin embargo, algunas personas expertas en literatura, filología y demás temas específicos arguyen que el “género masculino” en la lengua española es el “neutral” y el que abarca a la población en general. Sorprende que aun con sus conocimientos y reflexiones no se pregunten precisamente la interrogante que se le hizo a Patricia en la entrevista ya mencionada, es decir, por qué el masculino es el que, aparentemente, nos comprehende a todas las personas.
De aquí se desprende otra pregunta, ¿por qué la humanidad entera debe definirse en torno al varón como ente dominante? Y nos toca ir más allá: ¿por qué no ocurrió en algún momento de la historia que el femenino se hubiera tomado como la generalidad incluyente? ¿Desde qué postura y con qué objetivo se considera que el género masculino nos represente a todas? Un ejemplo claro lo tenemos en el hecho de que cuando se quiere hablar de la humanidad o del ser humano, muchas veces se utiliza el concepto “el hombre”, que pretende abarcar tanto a hombres como a mujeres, ante lo que resaltan las preguntas que nos venimos haciendo, ¿quiénes decidieron nombrar así a la especie humana? Se ha utilizado una noción que hace referencia al varón, quien ha detentado el poder durante siglos y que además ha impuesto en el discurso científico estas referencias a su poder, recordemos el concepto “los hombres de ciencia” que por tanto tiempo fue utilizado.  
El lenguaje, se desprende de todo lo anterior, tiene un componente político que es innegable. Retomamos la frase feminista de la segunda ola: “lo personal es político”, para ejemplificar y reivindicar que, en todo caso, también el lenguaje es político; su uso cotidiano construye relaciones de poder y por lo tanto discriminación, opresión y privilegios específicos. La diferencia sexual también se plasma en la diferencia lingüística y en cómo se define una persona en tanto su sexo y/o su género.[1] Ya algunas historiadoras han recalcado la importancia de hacer visibles a las mujeres donde las habían borrado sistemáticamente. Tanto en las fuentes como en el relato historiográfico, muchas mujeres fueron invisibilizadas porque no era conveniente su presencia para la historia que los hombres han hecho a lo largo de los siglos. Michelle Perrot y Joan Scott lo han documentado a lo largo de sus investigaciones y han encontrado la complejidad de las relaciones de poder que están implicadas en la historia oficial; no sólo oprimiendo a las mujeres, sino también a otros grupos sociales dominados en el orden patriarcal.
         En el caso de la historia del arte, tenemos a Patricia Mayayo, que es autora de un libro donde se expone la situación de muchas mujeres creadoras que vieron minimizados sus logros, que tuvieron que firmar sus obras con seudónimo para poder ser comercializadas o que quedaron a la sombra de sus pares masculinos, a quienes se les prestaba más importancia, simplemente por el hecho de ser hombres. Cuestiona también el uso de “genio”, palabra asociada tradicionalmente a los hombres. (Aquí pueden encontrar información sobre su texto titulado: Historias de mujeres, historias del arte). Más allá de señalar esto, lo importante es hacer consciente el hecho de que utilizar conceptos como “hombres de ciencia” en sustitución de comunidad científica, “el hombre” como sinónimo de ser humano o cualquier genérico masculino, contribuye a invisibilizar a las mujeres y es, junto con todo un conjunto de prácticas, una manera de perpetuar las desigualdades entre hombres y mujeres.
En las últimas décadas algunos gobiernos han tomado algunas demandas feministas para ponerlas en práctica en políticas públicas que pueden ser tomadas como “políticamente correctas”. Desde los años 80 en España, por ejemplo, ya se habían establecido resoluciones y textos que atacaban el sexismo en el lenguaje y regulaban la inclusión.[2] Pero estos acuerdos se convierten en lo mismo que hace la RAE: normas que pocas veces tienen anclaje en la cotidianidad del uso del poder. En el caso del gobierno federal mexicano, se han elaborado varias guías de cómo usar lenguaje incluyente que resultan bastante claras y dinámicas. (Aquí un ejemplo). No podemos dejar de reconocer el trabajo que está detrás de un texto así, pues implicó la insistencia en el problema de la exclusión y la opresión. Sin embargo, las resoluciones a que llegó no son conocidas ni por todos los funcionarios públicos ni por toda la ciudadanía. Tampoco puede considerarse un reflejo de la vida cotidiana, puesto que los juegos de poder aún están dominados por los hombres, incluso en el lenguaje.

Entonces, ¿cómo poner en marcha un lenguaje incluyente?

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Tomada de: miradordeatarfe.es
Podemos esbozar cuatro propuestas comunes a la hora de poner en marcha el lenguaje incluyente desde distintas perspectivas. Una es utilizar "todas y todos", incluir lo femenino y lo masculino en cada oración que lleve esas referencias. Esta propuesta se ha discutido bastante. La incomodidad con la RAE y otros eruditos nos lleva a la acalorada discusión sobre lo que llaman “economía del lenguaje” y que, realmente, se trata de algo reciente. En el siglo XIX mientras más rimbombante sonara el inicio de un documento civil o eclesiástico, era mejor visto tanto por escribanos como por abogados e incluso académicos de la lengua española. Así que pareciera que apelar a una economía del lenguaje, tiene más que ver con mantener los paradigmas del género masculino como “neutral” y a las pocas ganas que algunos personajes tienen de reflexionar sobre las implicaciones políticas de esto.
La segunda propuesta aboga por feminizar lo que hasta hoy se ha considerado como “neutral masculino” y hablar de humanidad en vez de humanos, de priorizar a las mujeres en la generalidad e incluso de decir "todas" en vez de "todos". Desde hace algunas décadas, algunos colectivos feministas han propuesto que en un grupo conformado mayoritariamente por mujeres, lo correcto es utilizar el femenino como genérico, por ejemplo, si asistimos a una reunión donde hay ocho mujeres y dos hombres (o cualquier otra proporción en la que sea mayor el número de mujeres que de hombres) saludaríamos con un “buenos días a todas”, entendiéndose que se incluye también a los hombres presentes.
La tercera propuesta es el uso de la "x" en los generales: “todxs”, “profesorxs”, etc. Esta medida se ha popularizado en redes sociales. Aunque la policía de la RAE venga y nos sancione porque es algo “impronunciable”, habría que decir que las letras tienen distintos significados y significantes a lo largo de la historia. Las palabras que hoy pronunciamos en algún momento fueron impronunciables, así como hay palabras antiguas que hoy no las sabemos decir. Por ejemplo, en el castellano del siglo XVIII se usaba la "f" en vez de la "s"; hay documentos que al paleografiar se tiene que traducir porque no se puede pronunciar “afta” que es un “hasta”. En otros casos como el de la "v" como "u"(que puede relacionarse con el latín) no podemos leer “qve” porque para nosotros lo “gramaticalmente correcto” -en el siglo XXI- es "que", y así se pueden encontrar más casos comunes de variaciones en el mismo idioma.
La última propuesta, un poco más propagada que las anteriores, es el uso de la "e" para lo neutral. Así, encontramos un “todes”, un “muches”. Aunque cuidado, no se trata de agregarle una “e” o una “x” a todas las palabras, sino específicamente a las que conllevan un colectivo, una generalidad o una relación de poder y ahí es donde toca usar el cerebro para ver más allá de las letras. No estamos hablando de ridiculizar la oralidad o la escritura al mencionar “tarjeta y tarjeto” o “pantalla y pantallo”, ni otros ejemplos poco pensados cuando algunos intentan demeritar la lucha feminista por el lenguaje incluyente. El objetivo es dejar claro cuál es el problema de la invisibilidad de lo femenino en el lenguaje, analizar por qué lo “neutral” es el género masculino y entonces proponer nuevas formas que incluyan de verdad a la población en general y a todas las personas en su totalidad. Porque no estamos hablando de cosas, ni de lugares o paisajes, estamos hablando de buena parte de la humanidad que gracias a los distintos mecanismos culturales, políticos y económicos ha sido oprimida en aras de la “homogeneización” que no es otra cosa que la naturalización del poder patriarcal.
En cuanto al uso de las palabras neutrales, un caso significativo que podemos mencionar es el de Suecia, país que, en 2015, oficializó en el diccionario de la lengua sueca el pronombre “hen”, una adaptación del finés “hän” -pronombre neutral que existe en este idioma desde hace siglos-, cuyo uso se popularizó entre los jóvenes para hablar de una persona de la que no conocemos su género o en un contexto en que no es necesario o importante especificarlo. (Aquí la nota).
Finalmente, hay que reconocer que tanto el lenguaje como las posiciones políticas que reivindicamos son complejas y diversas. Tal vez, el primer paso para abrir la discusión sobre el lenguaje sexista y el lenguaje incluyente es sembrar dudas. Así como los feminismos han cuestionado toda clase de roles culturales y sociales en distintas latitudes y periodos de la historia, del mismo modo hay que cuestionar los significados y las atribuciones que están detrás del lenguaje. Probablemente, también esos cuestionamientos sean parte de las grandes contribuciones feministas a la crítica cultural, porque lo que no se nombra no existe y si se nombra en femenino incomoda, replantea y, en el mejor de los casos, nos mueve al empoderamiento.
Les invitamos a reflexionar que el lenguaje es un ente vivo, que está en constante transformación y que estas modificaciones son hechas por sus mismos hablantes. Los diccionarios, como marco normativo, son útiles y se encargan de recoger una serie de reglas para el uso del lenguaje, pero son los hablantes los que, a final de cuentas, determinan los cambios que su propia lengua irá sufriendo, pues el uso se impone sobre las reglas escritas. Consideramos necesario cuestionarnos el masculino como genérico, más allá de las normas establecidas, ya que el lenguaje configura realidades y también nuestra percepción del mundo. Cómo hablamos y cómo designamos lo que nos rodea influye mucho en nuestra relación con el entorno, plantearse un idioma en el que se incluya a ambos géneros cuando de generalidades se trata no es una cuestión banal, y no es tampoco una demanda que sustituya o se contraponga a otras como el acceso a salarios equitativos o cualquiera relacionada con las luchas de género.
Ser capaces de deconstruirnos y reconfigurarnos, empezando por el lenguaje, nos permitirá visibilizar todo aquello que ha sido dejado al margen y a partir de ahí, relacionarnos de manera más justa entre todos los miembros de la sociedad.

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Hilda Monraz e Inés M. Michel.
@_biographer @inesmmichel
PlasmArte Ideas, septiembre, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas




*COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel. 
[Las letras le han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones. 
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror. 
Casiopea es su guía y confidente.]

Contacto: inesm.michel@gmail.com











[1] Amparo Tusón Valls, "Diferencia sexual y diversidad lingüística," en ¿Iguales o diferentes?: Género, diferencia sexual, lenguaje y educación (Barcelona: Paidós, 1999).
[2] Ana Mañeru, "Nombrar en femenino y en masculino," en ¿Iguales o diferentes?: género, diferencias sexual, lenguaje y educación, ed. Carlos Lomas (Barcelona: Paidós, 1999).

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