Sección coordinada por Inés M. Michel*
Colaboración de Hilda Monraz.
El 5 de agosto de 2018 fue asesinada María Trinidad Mathus, música mexicana que se encontraba de viaje en Costa Rica. Era apenas la primera parada de un largo itinerario que ya tenía planeado para recorrer varios países del mundo. Viajaba “sola” (¿?). Las investigaciones indican que iba caminando en la playa junto a una amiga inglesa cuando las asaltaron dos hombres y la otra mujer pudo escapar. Sin embargo, María Trinidad no tuvo éxito y al cabo de unas horas encontraron su cuerpo sin vida en la playa. ¿Estaba sola? Así lo juzgan en comentarios de redes sociales, poco alejados de la opinión pública en general.
Pero, ¿qué implica “viajar sola” o “estar
sola”? En términos exactos, se definiría como estar sin compañía, pero justo
cuando las asaltaron estaban juntas dos mujeres. Aun así, la mayoría de las
personas piensa que “estaban solas”, ¿por qué? Porque la “soledad” o la
“compañía” se definen en torno a los hombres. Si ellos están, aparentemente una
no está sola, aunque sea un grupo de cinco o seis mujeres; porque sin varón,
están “solas”. Por eso las mujeres somos monedas de cambio en los bares, antros
y restaurantes donde si van “tres mujeres solas” pagan dos o tienen una cubeta
gratis de cerveza, hasta una botella de cualquier tipo de alcohol. Porque si
están “solas” las puede abordar un hombre, que aunque sea uno, no está solo. Hasta
hoy no he visto ningún anuncio que indique que si van tres hombres solos a un
antro les regalan algo. Ni siquiera en los lugares LGBTTIQA.
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María
Trinidad, como muchas otras mujeres a lo largo de la historia, emprendía un
viaje alrededor del mundo. Lamentablemente, ella no lo pudo lograr, porque fue
alcanzada por la violencia feminicida que cada vez es más fuerte y más
repugnante en todo el mundo. Otras han logrado ese propósito de viajar, con
grandes satisfacciones, pero también con aprendizajes duros. Maru Mutti tiene
un blog donde escribe sobre mujeres que viajan solas y me parece relevante
citar su reflexión en el tema de ser mujer y viajar: “Es raro. Nadie nos pregunta si nos da miedo gestar un bebé durante nueve
meses dentro nuestro, ni tampoco nos preguntan si nos da miedo parir, pero
viajar solas… viajar solas es algo que sí nos tiene que dar miedo.
O eso parece”. (Aquí su texto).
Es decir, el hecho de viajar sola
también construye un tipo de feminidad que no sólo es peligroso, sino que es
cuestionado por los demás.
Encontré
una página donde algunas mujeres comparten reflexiones sobre sus viajes en
soledad y además tienen un proyecto artístico de fotografía, aquí pueden echarle un vistazo.
Llama la atención que además de lo que publican, que es muy vasto y contiene
una diversidad tremenda, se definan como “mujeres valientes que viajan solas”,
¿una tiene que ser valiente para viajar sola? ¿A qué distancias o cuáles son
los requerimientos para sentirse valientes y suficientes como para viajar sola?
La edad también puede ser una implicación importante: ¿es lo mismo viajar a los
20’s que a los 50’s? ¿O embarazada? Son preguntas que tienen sus ejemplos en
dicha página, pero también en la vida cotidiana. Personalmente a mis 32 aún
tengo miedo de viajar sola, pero muchas veces lo tengo que hacer por trabajo o
por placer. ¿Tengo que detenerme porque es peligroso?
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María Trinidad Mathus (1993 - 2018). |
No faltan los comentarios de personas
cercanas (o del público en general) que cuestionan sobre “¿Por qué sales de
noche si sabes que es un peligro?” O, en el caso de los feminicidios a menores de
edad: “¿Por qué la dejaron salir a esas horas?” Es decir, se voltea el caso y
se revictimiza a la mujer. En vez de preguntarse ¿Por qué no puede salir a
cualquier hora, con cualquier persona, o sola?, se toman argumentos contra la
misma víctima para justificar el crimen que sufrió. En lugar de atacar de lleno
el problema, le dan vueltas y normalizan la violencia al grado de que se llegue
a creer que las mujeres somos las culpables si algo nos pasa por salir de
noche, por estar “solas” o por “viajar solas”. En un proteccionismo patriarcal
pretenden que permanezcamos en casa, pero olvidan que es justamente en los
hogares donde se cometen también feminicidios: por los esposos, novios, parejas
y exparejas, las violaciones por los papás, hermanos, tíos, primos y demás
allegados desde la infancia. Entonces, ¿realmente nosotras somos el problema,
por estar “solas”?
Desde esa perspectiva, la razón por la que
es peligroso “viajar sola” no radica en la actitud de las mujeres, ni de su
forma de vestir, en su toma de decisiones, en sus gustos o en sus reflexiones.
El problema está en el contexto patriarcal misógino en el que una mujer no es
dueña de su destino. Porque las decisiones y acciones de una mujer deben estar
avaladas por un hombre y en el mejor de los casos, acompañadas por él. Sea su
papá, hermano, marido o cualquier varón que sea su figura de “autoridad”. Si
escarbamos más profundo seguimos encontrando raíces machistas: aun estando en
casa, la vida de cualquier mujer peligra. Los datos estadísticos hablan por sí
solos al presentar estos terribles casos de feminicidios cometidos en las
propias casas de las mujeres por parte de agresores miembros de su familia o
(ex)parejas sentimentales. No es el lugar, no es el viaje, no es el vestido, es
el patriarcado.
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¿Y qué se hace cuando la razón de la
peligrosidad de ser mujer permea casi todas las civilizaciones del mundo?
Recientemente, me comentaron que en Holanda algunos varones negaron
sistemáticamente que en su “primer mundo” había acoso a las mujeres. Mi pareja,
quien estaba preguntando eso, fue específico con las mujeres y les preguntó:
¿has sufrido acoso aquí? (con su respectiva traducción) y ellas contestaron que
sí; que era sutil en ocasiones y en otras no tanto, pero que no dejaban de
sufrirlo. Mientras que ellos ignoran o invisibilizan el problema, ellas lo
viven cotidianamente. Tal vez no en el mismo sentido que las latinoamericanas
lo vivimos, pero el hecho de que los hombres se crean dueños de nuestros
cuerpos y de nuestras vidas es algo bastante común en casi cualquier lugar del
mundo. Cuando me preguntan sobre esto, les cuento que en Estados Unidos también
lo corroboré. En barrios latinos, en las universidades gringas, en las grandes
bibliotecas y archivos que visité, de maneras tenues, casi vaporosas, otras
ocasiones directas y violentas, pero sí lo experimenté: el acoso atravesando
barreras de clase y educación.
No creo que exista una fórmula mágica
contra la violencia patriarcal, porque es distinta y se adecúa al contexto. Los
movimientos feministas han venido denunciando esto por años, incluso por
siglos. Aunque si desmenuzamos las características de cada oleaje feminista,
nos damos cuenta que ésta en la que estamos está muy marcada por sus denuncias
contra la violencia que ejercen sobre nosotras. Nuestros tiempos requieren esas
demandas porque nuestras vidas corren peligros. A cada paso que da el
feminismo, existe una reacción antifeminista que puede ser dos o tres veces más
dura y violenta contra nosotras. No nos dejan “viajar solas” porque debemos ir
con un macho que nos proteja. No nos permiten tomar decisiones como separarnos
de la pareja, quien es un agresivo, manipulador y obsesivo que niega su
violencia y arrebata lo que puede. En cada caso habría que seguir algunos pasos
como: reconocer que existe un problema, analizarlo, visibilizarlo y atacarlo de
fondo. Dejar de tener miedo, armar redes de mujeres, educar en el respeto y en
el amor libre, la honestidad y la tolerancia. Crear estrategias específicas
dependiendo del ambiente, re-escribir la historia, honrar a las que ya no
están, encerrar a los criminales, evaluar y actuar contra los que nos están
matando. Porque el peligro no es ser mujer, el peligro es creerse dueños de
otras, de sus deseos, sueños, metas, de sus cuerpos y sus existencias.
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