Sección coordinada por Inés M. Michel*
Colaboración de Hilda Monraz
El instinto materno
como concepto nació en el periodo de la construcción de los Estados
Nación en el siglo XVIII.1
Su función principal radicaba en responsabilizar a las mujeres de la
educación de sus hijos, casi siempre para formarlos como “buenos
ciudadanos” en la vida política de su entorno. Ese “instinto”
se les atribuía a todas las mujeres y se caracterizaba por enunciar
que podrían encargarse del cuidado de sus hijos sin conocimientos ni
estudios previos. Casi por “arte de magia” sabrían qué hacer en
cuanto parieran o tuvieran un hijo entre sus brazos. De ahí que se
les adjudique también una serie de particularidades como el
sacrificio extremo, el amor espontáneo, la incondicionalidad de su
existencia para sus hijos, entre otros. Porque aunque parezca
arcaico, el llamado instinto maternal sigue vigente en la mayoría de
las culturas y sociedades actuales. Es necesario revisar por qué
sigue esa vigencia y qué repercusiones tiene sobre las mujeres que
son madres, por lo que aquí lanzaré algunas preguntas que pueden
servir para esa reflexión.
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Las feministas han
venido a desmontarlo todo. Como crítica reflexiva, el feminismo es
una postura que se pregunta por qué algunos conceptos se han
naturalizado y desde dónde han surgido. Esto ha servido para que se
visibilicen algunos problemas y para que se den posibles soluciones a
ellos. La maternidad, como función exclusiva de las mujeres, no
podría escapar a la curiosidad feminista. Y no es que los hombres no
tengan cabida en la reproducción humana, sino que la división
sexual ha determinado a lo largo de los siglos que las mujeres sean
las responsables tanto del cuidado como de la educación, formación
y mantenimiento de los hijos. En las sociedades patriarcales, las
atribuciones según el género son muy concisas y apelan a la
maternidad casi inherente en las mujeres y a la proveeduría en los
hombres. Esa clasificación ha permitido que las primeras sean
oprimidas en otros rubros por los segundos; como el trabajo, las
jerarquías políticas, religiosas y económicas, entre otras.
También ha justificado que las mujeres sean consignadas a las tareas
domésticas; tan poco valoradas y tan indispensables para el
funcionamiento social en general.
De todo lo anterior,
deviene que desde hace varios siglos se espere que TODAS las mujeres
sean madres o al menos se dediquen al cuidado de los infantes. Por
eso es que conceptos como la maternidad y la infancia estén tan
íntimamente relacionados y se consideren básicos para las
definiciones de familia en el patriarcado. Es decir, también la
infancia como concepto nació en el siglo XVIII con distintos
significados pero con el fin de que se consideraran los cuidados a
los recién nacidos, que tenían altos índices de mortalidad y en
quienes recaían las esperanzas de la conformación nacional de los
estados modernos. Así, las mujeres tendrían la responsabilidad de
formar buenos ciudadanos, pero también por primera vez se consideró
la infancia como una etapa en la vida humana que requería de ciertos
cuidados para la supervivencia individual, colectiva y de las
estructuras sociales, políticas y económicas.
Con el paso de los
años, se dio cabida a otras formas de ser mujer, dependiendo del
entorno social y cultural. Por ejemplo, ser monja, misionera,
consagrada en alguna religión, o ser soltera. Esto no quiere decir
que esos estilos de vida no existieran, sino que se han ido
reconfigurando y ajustando en los diferentes ámbitos. De cualquier
modo, esas formas de vida debían estar encaminadas a ciertos roles
de servicio y cuidado de los demás. Por eso es que el instinto
maternal es una concepción que abarca más allá de las maternidades
de facto y concierne a una construcción de feminidades. Es decir, la
maternidad ha sido vista como esencia de lo femenino. Incluso como
máxima realización de la mujer. Por lo que al no llevarla a la
práctica, las mujeres son tachadas de “egoístas”,
“superficiales” o incluso “miserables”. Porque se niegan a
realizar algo que “está en su biología” por no decir que “está
en su naturaleza” o en su inherencia como persona. Como si el hecho
de tener útero y producir óvulos fuera suficiente para reproducirse
y para atender sin miedo a las criaturas.
Esto también
explica el por qué algunas mujeres se sienten culpables o “menos
mujeres” al no responsabilizarse de otra vida o arrepentirse de
tener hijos y no haber sabido de qué se trataba la maternidad.
Porque si una mujer es mal vista al decidir no ser madre, el estigma
es mucho peor para las que siéndolo, se arrepienten de haber tenido
hijos. Al asumir una función biológica la sociedad les exige que se
hagan cargo completamente de esa crianza y se olvidan de que no fue
una acción solamente femenina, sino que también involucra la
contraparte del hombre, a quien no le reclaman de la misma manera.
Por el contrario, las demandas para los hombres van en el sentido de
su proveeduría económica, pero sin el involucramiento de las tareas
domésticas y mucho menos del aspecto sentimental o emocional tan
necesario en la crianza. Esto se cimenta en otra división sexual;
las mujeres son las “emocionales” y los hombres son los
“racionales” según el patriarcado.
Tomada de: shoshan.cl |
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He escuchado varias
veces algunos indicios de algunas mujeres que derivan en un posible
arrepentimiento de su maternidad. Suelen ser mujeres que trabajan
mucho en casa y fuera de ella; que tienen un compañero de vida, con
quienes comparten la paternidad, pero que no siempre llevan a la par
esa responsabilidad en todos los aspectos. Casi todas ellas podrían
catalogarse según los estándares actuales de excelentes madres;
dedican todo de sí mismas para sus hijos, les dan todo su tiempo,
renunciaron a sus trabajos o a sus carreras profesionales. Otras no
lo hicieron del todo así, pero sí han hecho sacrificios que
difícilmente sus parejas harían o que definitivamente no hicieron.
Aman incondicionalmente a sus hijos, no hay manera de separarlas de
ellos. Aún con estos enormes esfuerzos, no han tenido entre sus
experiencias ese sentimiento casi mágico del amor espontáneo o de
la absoluta confianza al cuidar a sus hijos. Tuvieron que hacerse
cargo no sólo de las acciones cotidianas de la supervivencia de
ellos, como la alimentación, la higiene, la recreación, el
desarrollo psicomotriz entre otros, sino también de sus propias
cargas emocionales que les embargaron de maneras impredecibles y
desbordantes. Es ese constante ir y venir en las formas de amar y de
discurrir con sus aflicciones.
Por todo lo
anterior, algunas feministas han cuestionado las formas en que se ha
llevado la práctica de la maternidad y qué exigencias están de por
medio. No sólo se trata de preguntarse si existe o no el instinto
materno, de dónde viene su conceptualización o a qué lleva.
También involucra el análisis de la maternidad, el desapego a la
“esencia” femenina y las distintas opciones de ser madre, o no
serlo. Porque en el fondo la propuesta más significativa desde el
feminismo es la libertad de la elección de las mujeres; que tengan
derecho a decidir sobre sus cuerpos, sus vidas y sus trayectorias.
Todo eso con la información y el conocimiento posible que les
permita tomar esas decisiones y asumir las consecuencias. Si bien es
cierto que la experiencia de la maternidad no se conoce sino hasta
que se vive, la complejidad de ella puede ventilarse en la
verbalización de las que son madres, de sus vivencias, de sus
emociones, sus frustraciones, sus aspiraciones y sus desengaños. Ser
madre es uno de los trabajos más desgastantes que puede llevar una
mujer, y la mayoría de las veces ni siquiera se asume de manera
consciente.
La importancia de
reflexionar en torno a la maternidad radica en el ejercicio pleno de
la misma y en la libertad de decisión que deberían tener las
mujeres al respecto. El feminismo convoca a dejar de idealizar la
maternidad como práctica esencial de las mujeres y a verla como una
labor de suma importancia pero que debería hacerse con sus
respectivas libertades, derechos, formas adaptadas según la mujer
desee y que resulte gozosa. Tendrá también sus desencantos y sus
dudas, como todo trabajo y decisión trascendental en la vida. Pero
lo idóneo es ponerla en marcha según las condiciones lo permitan y
en una red de cuidados que abarque a la cría pero también a la
madre. Que se consideren los aspectos materiales, culturales, de
educación y al mismo tiempo los sentimientos de la mujer en las
distintas etapas de su maternidad. Es muy relevante que se abra la
opción al arrepentimiento de ser madre, porque es válido sentirlo y
porque no las convierte en monstros o seres repugnantes. Por el
contrario, el reconocer aciertos, errores y pesadumbres, la práctica
de la maternidad puede ser más sana y más coherente. Incluso puede
ser benéfica para los hijos.
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Resulta urgente
deshacerse de la culpa que la sociedad patriarcal ha sembrado en las
mujeres. Unas porque no quieren ser madres y otras porque al serlo se
arrepienten. Esa culpabilidad sólo deriva en frustraciones que
nublan el desarrollo completo de las mujeres y la mayoría de las
veces en su felicidad y en la de sus familias. No porque ellas sean
las responsables del bienestar común, sino porque la culpa es un
elemento tóxico que perturba lo que se encuentre. Por lo que esto
también es un acercamiento a las madres que no están satisfechas
con su experiencia maternal y su trabajo. Existen varias estrategias
que pueden ayudarles; la primera es hablarlo. La segunda es encontrar
herramientas nuevas que les permitan desarrollarse como mujeres y que
no pierdan de vista que son personas con gozos y con dolores. Al
final los hijos se van y ellas quedan en el naufragio de una
maternidad que al desvivirse por ellos, les deja en la deriva. El
feminismo pretende ser una de esas herramientas que les proporcione
una reflexión personal y clarifique sus ideas a través de las
preguntas y posibles respuestas en el plano individual y colectivo.
Desmitificar a la maternidad y entender que no es un ejercicio
perfecto, sino cotidiano; lleno de virtudes y de errores,
historizarlo, comprenderlo en su contexto, puede aliviar el
sentimiento de arrepentimiento de algunas madres y ejercerlo de
manera más sana y más enriquecedora. Nunca sin confusiones, pero
llena de aprendizajes que les permitan crecer como personas y que al
mismo tiempo se pueda separar de su identidad individual.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel.
[*Egresada del Instituto de Ciencias, generación 100, (100cias100pre).
Las letras me han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones.
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror.
Casiopea es mi guía y confidente.]
Contacto: inesm.michel@gmail.com
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1 Un gran aporte sobre la deconstrucción del “instinto materno” desde el feminismo es el libro titulado ¿Existe el instinto materno? de Elizabeth Badinter (1980).
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