martes, 8 de mayo de 2018

COCTEL DE LETRAS | Herstorian: ¿Por qué arrepentirse de ser madre?


Sección coordinada por Inés M. Michel*







Colaboración de Hilda Monraz





El instinto materno como concepto nació en el periodo de la construcción de los Estados Nación en el siglo XVIII.1 Su función principal radicaba en responsabilizar a las mujeres de la educación de sus hijos, casi siempre para formarlos como “buenos ciudadanos” en la vida política de su entorno. Ese “instinto” se les atribuía a todas las mujeres y se caracterizaba por enunciar que podrían encargarse del cuidado de sus hijos sin conocimientos ni estudios previos. Casi por “arte de magia” sabrían qué hacer en cuanto parieran o tuvieran un hijo entre sus brazos. De ahí que se les adjudique también una serie de particularidades como el sacrificio extremo, el amor espontáneo, la incondicionalidad de su existencia para sus hijos, entre otros. Porque aunque parezca arcaico, el llamado instinto maternal sigue vigente en la mayoría de las culturas y sociedades actuales. Es necesario revisar por qué sigue esa vigencia y qué repercusiones tiene sobre las mujeres que son madres, por lo que aquí lanzaré algunas preguntas que pueden servir para esa reflexión.

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Las feministas han venido a desmontarlo todo. Como crítica reflexiva, el feminismo es una postura que se pregunta por qué algunos conceptos se han naturalizado y desde dónde han surgido. Esto ha servido para que se visibilicen algunos problemas y para que se den posibles soluciones a ellos. La maternidad, como función exclusiva de las mujeres, no podría escapar a la curiosidad feminista. Y no es que los hombres no tengan cabida en la reproducción humana, sino que la división sexual ha determinado a lo largo de los siglos que las mujeres sean las responsables tanto del cuidado como de la educación, formación y mantenimiento de los hijos. En las sociedades patriarcales, las atribuciones según el género son muy concisas y apelan a la maternidad casi inherente en las mujeres y a la proveeduría en los hombres. Esa clasificación ha permitido que las primeras sean oprimidas en otros rubros por los segundos; como el trabajo, las jerarquías políticas, religiosas y económicas, entre otras. También ha justificado que las mujeres sean consignadas a las tareas domésticas; tan poco valoradas y tan indispensables para el funcionamiento social en general.
De todo lo anterior, deviene que desde hace varios siglos se espere que TODAS las mujeres sean madres o al menos se dediquen al cuidado de los infantes. Por eso es que conceptos como la maternidad y la infancia estén tan íntimamente relacionados y se consideren básicos para las definiciones de familia en el patriarcado. Es decir, también la infancia como concepto nació en el siglo XVIII con distintos significados pero con el fin de que se consideraran los cuidados a los recién nacidos, que tenían altos índices de mortalidad y en quienes recaían las esperanzas de la conformación nacional de los estados modernos. Así, las mujeres tendrían la responsabilidad de formar buenos ciudadanos, pero también por primera vez se consideró la infancia como una etapa en la vida humana que requería de ciertos cuidados para la supervivencia individual, colectiva y de las estructuras sociales, políticas y económicas.
Con el paso de los años, se dio cabida a otras formas de ser mujer, dependiendo del entorno social y cultural. Por ejemplo, ser monja, misionera, consagrada en alguna religión, o ser soltera. Esto no quiere decir que esos estilos de vida no existieran, sino que se han ido reconfigurando y ajustando en los diferentes ámbitos. De cualquier modo, esas formas de vida debían estar encaminadas a ciertos roles de servicio y cuidado de los demás. Por eso es que el instinto maternal es una concepción que abarca más allá de las maternidades de facto y concierne a una construcción de feminidades. Es decir, la maternidad ha sido vista como esencia de lo femenino. Incluso como máxima realización de la mujer. Por lo que al no llevarla a la práctica, las mujeres son tachadas de “egoístas”, “superficiales” o incluso “miserables”. Porque se niegan a realizar algo que “está en su biología” por no decir que “está en su naturaleza” o en su inherencia como persona. Como si el hecho de tener útero y producir óvulos fuera suficiente para reproducirse y para atender sin miedo a las criaturas.
Esto también explica el por qué algunas mujeres se sienten culpables o “menos mujeres” al no responsabilizarse de otra vida o arrepentirse de tener hijos y no haber sabido de qué se trataba la maternidad. Porque si una mujer es mal vista al decidir no ser madre, el estigma es mucho peor para las que siéndolo, se arrepienten de haber tenido hijos. Al asumir una función biológica la sociedad les exige que se hagan cargo completamente de esa crianza y se olvidan de que no fue una acción solamente femenina, sino que también involucra la contraparte del hombre, a quien no le reclaman de la misma manera. Por el contrario, las demandas para los hombres van en el sentido de su proveeduría económica, pero sin el involucramiento de las tareas domésticas y mucho menos del aspecto sentimental o emocional tan necesario en la crianza. Esto se cimenta en otra división sexual; las mujeres son las “emocionales” y los hombres son los “racionales” según el patriarcado.


Tomada de: shoshan.cl


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He escuchado varias veces algunos indicios de algunas mujeres que derivan en un posible arrepentimiento de su maternidad. Suelen ser mujeres que trabajan mucho en casa y fuera de ella; que tienen un compañero de vida, con quienes comparten la paternidad, pero que no siempre llevan a la par esa responsabilidad en todos los aspectos. Casi todas ellas podrían catalogarse según los estándares actuales de excelentes madres; dedican todo de sí mismas para sus hijos, les dan todo su tiempo, renunciaron a sus trabajos o a sus carreras profesionales. Otras no lo hicieron del todo así, pero sí han hecho sacrificios que difícilmente sus parejas harían o que definitivamente no hicieron. Aman incondicionalmente a sus hijos, no hay manera de separarlas de ellos. Aún con estos enormes esfuerzos, no han tenido entre sus experiencias ese sentimiento casi mágico del amor espontáneo o de la absoluta confianza al cuidar a sus hijos. Tuvieron que hacerse cargo no sólo de las acciones cotidianas de la supervivencia de ellos, como la alimentación, la higiene, la recreación, el desarrollo psicomotriz entre otros, sino también de sus propias cargas emocionales que les embargaron de maneras impredecibles y desbordantes. Es ese constante ir y venir en las formas de amar y de discurrir con sus aflicciones.
Por todo lo anterior, algunas feministas han cuestionado las formas en que se ha llevado la práctica de la maternidad y qué exigencias están de por medio. No sólo se trata de preguntarse si existe o no el instinto materno, de dónde viene su conceptualización o a qué lleva. También involucra el análisis de la maternidad, el desapego a la “esencia” femenina y las distintas opciones de ser madre, o no serlo. Porque en el fondo la propuesta más significativa desde el feminismo es la libertad de la elección de las mujeres; que tengan derecho a decidir sobre sus cuerpos, sus vidas y sus trayectorias. Todo eso con la información y el conocimiento posible que les permita tomar esas decisiones y asumir las consecuencias. Si bien es cierto que la experiencia de la maternidad no se conoce sino hasta que se vive, la complejidad de ella puede ventilarse en la verbalización de las que son madres, de sus vivencias, de sus emociones, sus frustraciones, sus aspiraciones y sus desengaños. Ser madre es uno de los trabajos más desgastantes que puede llevar una mujer, y la mayoría de las veces ni siquiera se asume de manera consciente.
La importancia de reflexionar en torno a la maternidad radica en el ejercicio pleno de la misma y en la libertad de decisión que deberían tener las mujeres al respecto. El feminismo convoca a dejar de idealizar la maternidad como práctica esencial de las mujeres y a verla como una labor de suma importancia pero que debería hacerse con sus respectivas libertades, derechos, formas adaptadas según la mujer desee y que resulte gozosa. Tendrá también sus desencantos y sus dudas, como todo trabajo y decisión trascendental en la vida. Pero lo idóneo es ponerla en marcha según las condiciones lo permitan y en una red de cuidados que abarque a la cría pero también a la madre. Que se consideren los aspectos materiales, culturales, de educación y al mismo tiempo los sentimientos de la mujer en las distintas etapas de su maternidad. Es muy relevante que se abra la opción al arrepentimiento de ser madre, porque es válido sentirlo y porque no las convierte en monstros o seres repugnantes. Por el contrario, el reconocer aciertos, errores y pesadumbres, la práctica de la maternidad puede ser más sana y más coherente. Incluso puede ser benéfica para los hijos.

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Resulta urgente deshacerse de la culpa que la sociedad patriarcal ha sembrado en las mujeres. Unas porque no quieren ser madres y otras porque al serlo se arrepienten. Esa culpabilidad sólo deriva en frustraciones que nublan el desarrollo completo de las mujeres y la mayoría de las veces en su felicidad y en la de sus familias. No porque ellas sean las responsables del bienestar común, sino porque la culpa es un elemento tóxico que perturba lo que se encuentre. Por lo que esto también es un acercamiento a las madres que no están satisfechas con su experiencia maternal y su trabajo. Existen varias estrategias que pueden ayudarles; la primera es hablarlo. La segunda es encontrar herramientas nuevas que les permitan desarrollarse como mujeres y que no pierdan de vista que son personas con gozos y con dolores. Al final los hijos se van y ellas quedan en el naufragio de una maternidad que al desvivirse por ellos, les deja en la deriva. El feminismo pretende ser una de esas herramientas que les proporcione una reflexión personal y clarifique sus ideas a través de las preguntas y posibles respuestas en el plano individual y colectivo. Desmitificar a la maternidad y entender que no es un ejercicio perfecto, sino cotidiano; lleno de virtudes y de errores, historizarlo, comprenderlo en su contexto, puede aliviar el sentimiento de arrepentimiento de algunas madres y ejercerlo de manera más sana y más enriquecedora. Nunca sin confusiones, pero llena de aprendizajes que les permitan crecer como personas y que al mismo tiempo se pueda separar de su identidad individual.







Hilda Monraz.
@_biographer
PlasmArte Ideas, mayo, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas



COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel. 
[*Egresada del Instituto de Ciencias, generación 100, (100cias100pre). 
Las letras me han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones. 
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror. 
Casiopea es mi guía y confidente.]

Contacto: inesm.michel@gmail.com











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1 Un gran aporte sobre la deconstrucción del “instinto materno” desde el feminismo es el libro titulado ¿Existe el instinto materno? de Elizabeth Badinter (1980).

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