viernes, 12 de octubre de 2018

AL FILO DEL CAFÉ | Ser y Shakespeare


Sección coordinada por J. Ignacio Mancilla*



Después del texto que abordó la relación Karl Marx-William Shakespeare y que inauguró Al filo del café, esta sección publica ésta más que interesante disertación filosófica sobre quizás el más connotado personaje de Shakespeare y sobre el que tanto se ha escrito desde muchas perspectivas. Se toma, aquí, la famosa disyuntiva de “ser o no ser” como el objeto mismo de la meditación. Hecha con suma destreza no por un joven filósofo, sino por un filósofo joven poseedor, ya, de un estilo propio que estoy seguro todavía afinará y pulirá para llegar así a escribir todavía más y mejores textos, en la vía abierta por el que aquí se publica. 



Colaboración de Irving Josaphat Montes

Mañana también, en la función de las seis de la tarde, el Rey Hamlet vagará por las afueras de un castillo hecho de cartón o de imaginaciones siempre discordantes. Acaso la tragedia sea la perpetuidad; acaso Shakespeare ensayaba la “litost” con sus personajes condenándolos a la existencia perenne de la tinta y el papel. 

No es Hamlet, el príncipe, quien ha hecho del “ser o no ser” una cuestión a modo de pregunta, sino los existencialistas prematuros -e incluso los tardíos-. Y es que el monólogo de Hamlet se ha leído como si en él se lanzara la tentadora e íntima propuesta de una elección: la de existir o dejar de existir. Visto así, la respuesta a esta cuestión no opone mucha resistencia intelectual: es tan sencillo como decidirse, afirmarse, o no, en la existencia. Y esto se responde ya sin miramientos en la cuestión misma de “ser o no ser”, pues es a la experiencia subjetiva y vital a la que se le exige dar respuesta.

Pero, ¿acaso no procedemos mal y de manera negligente si aventuramos una respuesta a la cuestión de ser o no ser, sin antes no cuestionamos esta cuestión? ¿Será que “el ser o no ser” no es algo que Hamlet planea resolver sino algo que planea cuestionar? Hacer de la cuestión del ser o no ser una cuestión íntima que postula una decisión binaria y donde uno sólo puede elegirse en lo uno o en lo otro sin más, es no tomar en serio la cuestión, es resistirse ante su centro de gravedad, porque responder: “sí” o “no”, antes que una resolución, es una elusión de eso que Hamlet parece plantearse. Y si es verdad que la cuestión de ser o no ser, no nos exige de manera inmediata una respuesta, sino que nos exige ser tomada en serio, entonces habría que empezar por cuestionar esto que, de principio, parece cuestionarnos; empezar por increpar a eso que nos increpa de una manera tan violenta que parecería no admitir más que la contundencia de una afirmación o de una negación.

Retomemos, entonces, el monólogo de Hamlet donde se hace manifiesta la cuestión:

“Ser o no ser: ésta es la cuestión: si es más noble sufrir en el ánimo los tiros y flechazos de la insultante Fortuna, o alzarse en armas contra un mar de agitaciones, y, enfrentándose con ella, acabarlas: morir, dormir, nada más, y, con un sueño, decir que acabamos con el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales que son herencia de la carne. Ésa es una consumación piadosamente deseable: morir, dormir; dormir, quizá soñar: sí, ahí está el tropiezo, pues tiene que preocuparnos qué sueños podrán llegar en ese sueño de muerte, cuando nos hallamos desenredado de este embrollo mortal.”



Fotograma de Hamlet (L. Olivier, 1948, Reino Unido).


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Si la cuestión de “ser o no ser” se nos presentara como una pregunta que, por su mismo carácter de pregunta, nos exigiera una respuesta monosílaba y contundente, tendríamos que admitir que esta pregunta es, de hecho, respondida por Hamlet en el mismo monólogo, pues es él mismo el que nos dice que la muerte es “una consumación piadosamente deseable”.  ¿Y, entonces, por qué Hamlet no emprende su propia consumación, si ya ha dado respuesta a la pregunta de la que ha partido? No, la cuestión no es meramente vitalista y personal, lo que le preocupa a Hamlet no es decidir morirse o no, lo que le preocupa no es si ser o no ser: lo que verdaderamente le preocupa, lo que está puesto en cuestión, es si ese “no ser” es verdaderamente una negación absoluta del ser; es si es que uno al morirse, se puede morir en serio, de tal forma que ningún sueño pueda llegar a ese “sueño de muerte”; es si de verdad la muerte es una muerte descarnada, pues al ser los sufrimientos del corazón herencia de la carne, al ser la carne lo que vuelve susceptible al ser -acaso su esencia y no su accidente- , en la medida en que el no ser se nos presenta como impensable, no hay garantía de que el ser, en su negación, pierda su esencia, de que el hombre, en la muerte, pierda su condición carnal. Dicho de otro modo, para Hamlet: la muerte no es garantía de la muerte.

Visto de esta forma, la cuestión de “ser o no ser” de Hamlet adquiere otra faceta, pues si antes nos había aparecido como pregunta, ahora ya no; lo constitutivo de una pregunta es su posibilidad de ser respondida. Lo que hace pregunta a la pregunta es que ésta admite siempre una respuesta, de tal forma que la pregunta, al ser respondida, queda opacada, subsumida a la respuesta misma. Ahí donde ya hay una respuesta no hay una pregunta, y ahí donde hay una pregunta lo que se pide es una respuesta. Pero la cuestión de “ser o no ser” no puede ser respondida y esto es lo que angustia a Hamlet, pues responder “sí” o “no” es no entender el cuestionamiento que se no está planteando: En la medida en que la misma formulación de no-ser nos exige la comparecencia del “ser” para poder negarlo,  se nos muestra ya que el no-ser no puede ser, en esencia, pensado, sino es a partir de lo que es. Dicho hegelianamente: que la nada no puede comparecer sino es como nada determinada, y una nada que es determinada, de hecho, no es una nada, pues es la negación determinada de algo. Si acaso tomo a la cuestión por pregunta y me elijo en el no-ser, esta elección no es la resolución de la cuestión, es su principio, pues lo que he elegido es totalmente aporético: eso que he elegido, de facto, no es. Mi elección es vacía, no estoy eligiendo nada. Así, la cuestión de Hamlet no es una pregunta, es una paradoja, pues si lo constitutivo de la pregunta es su posibilidad de ser respondida, lo constitutivo de una paradoja es su imposibilidad de resolverse; no hay respuesta que agote la paradoja. No hay nada que pueda subsumirla, y si la paradoja se me presenta como angustiante, entonces es la angustia misma la que persiste ante todo intento de aquietarla.  Si el problema se tiene, en la paradoja se está; si el problema exige resolución, la paradoja exige posicionamiento: esta es la cuestión de Hamlet: ¿cómo me posiciono ante eso que no puedo resolver?

El primer esbozo de esta paradoja aparece en el inicio de la obra, cuando el padre de Hamlet, el Rey muerto, se presenta como una figura fantasmagórica ante el castillo de Dinamarca. La manera en que los guardias reconocen al rey muerto es por su figura corpórea e, incluso, porque frunce el ceño, dice uno de los guardias, tal como cuando “destrozó a los polacos en sus trineos sobre hielo”.  Esto es: lo que hace reconocible al rey después de su muerte, es que ha mantenido su condición corporal, es que sigue siendo carne; carne sufriente, carne errante, carne gesticulante, carne viva.  Si “el sufrimiento del corazón y los mil golpes naturales” son herencia de la carne, es decir, tienen su origen en ella, en ella también tienen su fin; ¿qué es el gesto, la mueca, sino las marcas inmediatas de las afecciones? ¿no es acaso en la carne en donde se reciben esos golpes y sufrimientos del corazón? El rey está muerto, y sin embargo no lo está; el rey es ya carne que ha iniciado su putrefacción en los adentros de un féretro y, sin embargo, sigue siendo carne vive, carne sensible que sufre su propia descompostura. Tal parece que los sueños, los sueños vivos, son capaces de profanar ese sueño de muerte. Ser o no ser: esta es la paradoja; Ser o no ser: este es límite de nuestra inteligencia y el principio de nuestras angustias.

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Imagen tomada de: hombreencamino.com


Pero ¿por qué angustia? Es decir: si decíamos que la paradoja no exige respuesta sino posicionamiento, entonces postular a la angustia como correlato inmediato de la paradoja por el ser, ¿no es ya establecer un posicionamiento ineludible? Es verdad que los personajes de Shakespeare, al menos en sus tragedias, parecen seres angustiados, pero, de ser así: ¿qué les hace posicionarse en la angustia y cómo es que la viven? Cuando Heidegger, en Ser y tiempo, se pregunta sobre el correlato de la angustia, de qué es eso ante lo que el Dasein se angustia, responde que la nada misma, entendiendo la nada como pura posibilidad, como el absoluto y contingente haber susceptible de cualquier e indiferenciada significación. Pero para Hamlet el ante qué de la angustia no parece ser tanto la nada misma como la paradoja de la nada. En el fondo, el planteamiento de la paradoja es simple -y no-: ¿acaso la nada, en su no ser, también es? Y si es ¿qué es? Evidentemente ya no sería nada, tendría que ser algo, otra cosa, pero nunca nada. Así, mientras Heidegger parece haber asumido que la nada no es puramente nada sino el haber absoluto y contingente de algo, esto es, que la nada es siempre nada determinada pero susceptible de ser cualquier determinación, Hamlet no presupone este punto de partida, pues no resuelve la paradoja que se está planteando, y es que la nada, para Heidegger, es siempre algo. Partiendo de aquí, lo que a Hamlet parece angustiarle, su ante qué de la angustia, parece ser la idea de que esa nada, al no poder ser tal, no sea otra cosa más que la prolongación del ser; que la nada sea otro escenario donde el ser se proyecta. Y es que si es en el ser, en el ser hombre, en el ser carne, de donde emanan y en donde se sufren las afecciones del corazón, de lo vital, entonces ni siquiera la muerte puede presentar un alivio a estas afecciones; entonces el descanso eterno, si bien sí es eterno, no es ningún descanso. Dicho de otro modo: el ante qué de la angustia de Hamlet es la contingencia misma, pues de haber nada, la nada misma sería un freno a este perpetuo acontecer, pero al no haber tal cosa, el ser sigue aconteciendo, como los sueños, en el no-ser. Y si para Hamlet esto es el correlato de la angustia; para Shakespeare esto es la esencia de la tragedia.

En las obras trágicas de Shakespeare, aquello que parece desencadenar siempre la atrocidad es la ambición de sus personajes; aquello que da comienzo a la tragedia es el querer de algo a lo que el personaje se aferra hasta sus últimas consecuencias; es hasta sus últimas consecuencias que Romeo se aferra a Julieta y que Julieta se aferra a Romeo, es hasta sus últimas consecuencias que el tío del príncipe Hamlet se aferra a la corona, es hasta sus últimas consecuencias que Macbeth y su esposa se aferran a ser los reyes de Escocia. Aquí el problema no es el querer en sí, es el querer a perpetuidad, pues querer a perpetuidad es no asumir el acontecer del ser, el ser en su mero ser siempre siendo. Es la contingencia del ser, el ante qué de la angustia de Hamlet, lo que impide ese querer a perpetuidad, porque si Hamlet se posiciona de manera angustiada ante la paradoja, los personajes que desencadenan las tragedias shakesperianas, se posicionan en negación a la paradoja. Quiero decir: mientras en la angustia se asume la paradoja -el inacabable acontecer mismo-, en la negación, valga la redundancia, se niega la paradoja, porque lo que se da es un intento, violento, de posesión. La posesión aquí tiene el carácter de la nada. Porque poseer es detener la marcha del acontecer. Se quiere poseer eso que se quiere, y se quiere querer poseyéndolo, pero para poseerlo hace falta negar la contingencia del ser, su ir y venir, su irrefrenable vaivén. La nada se vuelve así la condición de posibilidad de la posesión, pero al no ser la nada más que una prolongación del ser, la posesión es justamente eso que no se puede. Los personajes de Shakespeare quieren hacer posible eso que no se puede y en el intento perecen; mueren, pero no mueren y esa es su tragedia.

¿Y es solamente la tragedia de los personajes de Shakespeare o es la tragedia misma de Shakespeare el hombre, diría Unamuno: “El hombre de carne y hueso, el que nace, sufre y muere -sobre todo muere-, el que come y bebe y juega y duerme y piensa y quiere, el hombre que se ve y a quien se oye, el hermano, el verdadero hermano”? ¿Es Hamlet quien vive en esta paradoja y se la recita a sí mismo, o es Shakespeare pronunciándose ante la muerte de su hijo Hamnet? Los dos. Y quizá, también, nosotros.

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Agonía, Edvard Munch, 1915.





Irving Josaphat Montes.
PlasmArte Ideas, octubre, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
  
Al Filo del Café es coordinada por J. Ignacio Mancilla*.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]

Contacto: ig.man56@gmail.com










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