jueves, 15 de noviembre de 2018

AL FILO DEL CAFÉ | Tres fetichismos y… un solo ateísmo verdadero


Sección coordinada por J. Ignacio Mancilla*



“[…] Y repitiendo al final lo que dije al principio:
el hombre prefiere querer la nada a no querer”.

Friedrich Nietzsche, cierre de La genealogía de la moral.
Un escrito polémico.


La prácticamente nula relación teórica entre Karl Marx (1818-1883) y Friedrich Nietzsche (1844-1900) ha generado muchas suspicacias tanto entre nietzscheanos como entre marxianos.

Hoy voy a posicionarme al respecto y a tratar de justificar ese mi posicionamiento que, para complejizarlo (todavía más), incluiré la no menos problemática relación teórica entre Nietzsche y Sigmund Freud (1856-1939); que no ha generado menos literatura que la primera, queriéndolos, precisamente, relacionar.

Voy, pues, a desplegar mi postura partiendo del siguiente esquema interpretativo:

Karl Marx: fetichismo de la mercancía, que se despliega en la dicotomía entre “valor de uso” y “valor de cambio”; y que tienen su fundamento (ontológico) en el “valor” sin más. De modo tal que toda la teoría de Marx está fundamentada en la teoría del valor y toda su estructura “metafísica”; al grado de trasmutar, precisamente, el sentido de las cosas.

También te puede interesar

Retrato de Karl Marx (Foto: Erich Lessing).

Friedrich Nietzsche: fetichismo de los valores. La preocupación de Nietzsche por los valores morales, por el problema del bien y del mal, empezó muy pronto; incluso Nietzsche gesta un método propio, la genealogía, a partir del cual quiere mostrar el suelo histórico en el que se despliegan (emergen) los marcos morales, siempre relativos, con los que se pondera la vida humana toda. De ahí que la preocupación central de Nietzsche haya sido desmontar, críticamente, la moral; particularmente la cristiana como el mayor “síntoma” de la civilización occidental. A este fenómeno Nietzsche le llamó nihilismo. Y su última obra (póstuma) se abocó, más allá de sus fuerzas, precisamente a desmontar el cristianismo.

Sigmund Freud: fetichismo de la sexualidad. El falo como fetiche absoluto es lo que posibilita que se construyan las sexualidades masculina y femenina; ellas bajo tres modalidades estructurales: neurótica (histeria y obsesión), perversa y psicótica. Y es alrededor del falo como valor absoluto que se articularán las estructuras subjetivas humanas en sus diferenciados modos de relacionarse con la realidad (incluso con lo real, para decirlo lacanianamente). Hace falta, todavía, una relectura radical del Freud de Lacan, que no es posible sin Hegel, pero tampoco sin Marx y sin Nietzsche. Ahí precisamente donde toda la cultura es sintomática en sí misma.

También te puede interesar

Sigmund Freud (Foto: Getty Images).

¿Qué diferencias hay entre estos tres fetichismos pero, sobre todo, qué pueden compartir –en tanto su horizonte es el ateísmo- para que nos atrevamos a equipararlos? ¿La creencia en lo humano, a pesar de su descreencia en los dioses? ¿De ahí su insistencia en los diferentes fetichismos?

Bajo esta perspectiva intentaré avanzar. Para lo que me detendré en cada uno de los fetichismos, sintetizando demasiado la teoría de cada uno de los pensadores aquí considerados.

Empecemos, pues, con Marx.

Pocos desconocen el lugar que ocupa en el pensamiento de Marx, desde joven, el problema de la enajenación. Cuestión que alcanza su madurez teórica en el famoso fetichismo de las mercancías y del dinero, como la mejor expresión de la enajenación humana en la sociedad capitalista que, en cuanto a su riqueza material, se nos presenta como un gran cúmulo de mercancías.

Este es el meollo del descubrimiento marxiano y con eso delata el carácter inhumano de la sociedad moderna, en la medida en que en ésta impera la lógica cósica por encima de lo humano mismo.

Algo que hoy día es más que patente incluso en el sentido más patológico del término.

Casi cualquier fenómeno social carga con la afrenta de la deshumanización. Es cuestión de tomar el periódico del día para constatarlo.

Vale la pena que sinteticemos esto con una cita de Marx: “Es claro sin más que el hombre altera con su actividad las formas de las materias naturales de un modo conveniente para él. Así, por ejemplo, se altera a forma de la madera cuando se hace de ésta una mesa. Pero a pesar de ello la mesa sigue siendo madera, una ordinaria cosa sensible. En cambio, en cuanto se presenta como mercancía se convierte en una cosa sensiblemente suprasensible. No sólo descansa y la mesa con sus patas en el suelo, sino que, además, se pone patas arriba frente a todas las demás mercancías, mientras su cabeza de madera emite caprichos más maravillosos que las espontáneas danzas que emprenden algunas mesas.

Así, pues, el carácter místico de la mercancía no brota de su valor de uso. Tampoco nace de las determinaciones de valor” (Karl Marx, El capital, libro primero volumen I; traducción de Manuel Sacristán, Editorial Grijalbo, Barcelona, 1976, p 81). 

Ahora detengámonos en el amor de Nietzsche por los humanos, demasiados humanos.

También te puede interesar

Retrato de Friedrich Nietzsche (Tomado de: NewStatesman).

En su obra de madurez podemos situar el gran amor de Zaratustra (es decir de Nietzshe) por los hombres; de ahí su rechazo a los hombres superiores y de ahí, también, su sacrificio por el futuro advenimiento del superhombre. Ahí se cierra, justamente, esa gran obra, con el ocaso de Zaratustra.

Pero Nietzsche no deja de manifestarnos, en sus últimas obras, incluso en las de la locura, precisamente su gran amor por los hombres. ¿Podemos leer de otra manera su famoso autobiografía, Ecce homo. Cómo se llega a ser lo que se es? Y sobre todo ese enorme libro póstumo que lleva por título El Anticristo. Maldición sobre el cristianismo.

Mucho queda todavía por decirse al respecto. Pero de lo que no podemos tener dudas, a estas alturas, es que Nietzsche se quemó muy pronto en aras de su amor por los hombres. No podemos leer de otra forma su máxima creación utópica, la del superhombre.

Pero, ¿qué con Freud y con su supuesto o real pesimismo?

¿Acaso no podemos leer el psicoanálisis mismo, como discurso y como clínica, como una de las últimas manifestaciones de amor por el hombre; aun estando advertidos, como de hecho lo estuvo Freud mismo, de esa pulsión destructora que hace que el amor mismo no esté exento del odio?

¿Entonces, cómo entender estas tres grandes obras, en tanto las tres, cada una a su modo, ponen el acento en una cierta lógica fetichista para, de esa manera, recalcar cómo el ser humano es víctima de sí mismo y no como solemos creer, de los dioses o de los diablos; pues éstos son sus criaturas y no al revés?       

¿No es esto lo que Freud pone en primer plano en El porvenir de una ilusión?

Vayamos a ese ensayo sin igual.

Después de responder a su objetor, Freud cierra su ensayo citando al poeta Heine, con los siguientes versos:

“Dejemos los cielos
a ángeles y gorriones”.

(Sigmund Freud, El porvenir de una ilusión, Obras Completas, V. XXI, Editorial Amorrortu, Buenos Aires, 1976, p. 49).


Retrato de Heinrich Heine (Tomado de: Hypérbole).

Sí, el cielo no es para los hombres; mientras que la tierra sí lo es, aunque nos empeñemos en hacer de la misma un infierno. Que no siga siendo así, dependerá de nosotros, nada más; nunca ha dependido de los diablos y los dioses, aunque así se creyó durante mucho tiempo. Aún con toda la conciencia del rol que juegan las ficciones en la historia humana.

¿Será digno el hombre de vivir plenamente en la tierra aún después de la muerte de los dioses?

¿Qué nuevos dioses nos crearemos?

He aquí la cuestión.



J. Ignacio Mancilla.
PlasmArte Ideas, noviembre, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
  
Al Filo del Café es coordinada por J. Ignacio Mancilla*.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]

Contacto: ig.man56@gmail.com









No hay comentarios.:

Publicar un comentario