sábado, 19 de septiembre de 2015

CONTRAPUNTO | A Boris Vian, mi océano de brazos


Boris Vian en Saint-Germain-des-Prés.




Salí de casa a los catorce años. Había un balcón negro. La ciudad me dolía por dentro de los ojos. Sí, la tierra olía a orbenipélula. Yo no tenía nodriza, en cambio unas bolsas de plástico y una furia en las mañanas. Cocinaba dardos, los lanzaba hacia la boca frente al espejo. Llegaba puntual a la reunión de las esquinas, los domingos celebré la intoxicación de las puertas, cada vez eran más grandes y hacían más ruido. Tuve el déjà vu de unos tulipanes rojos y secos antes de tiempo. Todo fue antes como si el tiempo se agolpara en las grietas del día siguiente, como si mirara los días repleta de años. Fui mujer-tronco para traer de vuelta las manos, los brazos, los bíceps. Vagué al interior de un fuego escandaloso que borraba los gritos. La calma vino entonces a hospedarse en el polvo líquido de las noches que crecían, la urgencia de los labios sabía a leche amarga. Traje piedras de muchos sitios y ramas que abrazaban el cuello hasta la asfixia. Conocí la lluvia de caerse lentamente. Besé las bocas de los árboles mientras me herían las espinas. Sí, olía a orbenipélula. Saboreaba la prisa, las nubes, el techo oscuro de las tormentas, el recuerdo de los pasos húmedos del viento, de la brisa y el sol. Todavía salgo de casa, de la voz, de mí. A veces, cuento el paso de las horas desde un balcón negro y me miro como si cerrara la puerta y, con ella, el rumor de la sangre tibia que recorre el cuerpo. 




Ingrid Valencia
Twitter: @ingridvvalencia
PlasmArte Ideas, septiembre, 2015


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