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Todas las imágenes pertenecen a la serie: Mannequin y se pueden encontrar en el sitio de la galería Fraenkel.
El maniquí o la
representación e identificación por medio de la imagen y forma,
como sabemos, no es algo que competa solo a lo contemporáneo. La idea
de la identificación y alusión por medio de la figura material,
estática y representativa prevalece desde la antigüedad. En el
diccionario de símbolos de Jean Chevalier (1995. 681) se manifiesta
que el maniquí ha acompañado a la humanidad desde sus formas
representativas más necesarias, como los rituales mortuorios,
expandiéndose hasta el imaginario en sus implementaciones dentro de
la mitología y la literatura, hasta llegar a la posmodernidad, donde
éstas formas se implementan adaptadas a las necesidades sociales,
momento en que la materia, ya no estática, sigue manteniendo la
premisa de la antigüedad.
Maniquí:
César evoca en De
Bello Gallico un rito
de – cremación existente entre los celtas en el que se encerraban
a los hombres en maniquíes de mimbre a los que se pegaba fuego. “Se
cuenta también que Laodamía había confeccionado un monigote de
cera a imagen de su difunto marido y tenia por costumbre abrazarlo
secretamente. Pero su padre se apercibió y lanzó el maniquí al
fuego. Laodamía lo siguió y se quemó viva” (GRID, 251).
El
maniquí es uno de los símbolos de la identificación, la
identificación del hombre con materia perecedera, con una sociedad o
con una persona: la identificación con un deseo pervertido, la
identificación con una falta. Es asimilar un ser a su imagen. Se
dirá más tarde: “quemar la esfinge”. Laodamía muere con el
objeto de deseo, al cual se ha identificado. Es tomar la imagen por
la realidad, error de la mente bajo el efecto de la pasión, que
ciega el alma y la esclaviza.
En
los desfiles de modelos de la alta costura, los espectadores se ven,
se proyectan en los vestidos que animan las (o los) maniquíes,
elegidas naturalmente por la belleza de su forma. Tales maniquíes
están destinadas a desaparecer de los trajes que llevan, cual
imágenes admirables pero efímeras, que reemplazará la realidad de
quienes los compren. El mito de la identificación habrá actuado,
por la gracia de la maniquí, añadida al arte del costurero1.
Sobre la posmodernidad,
pienso que tenemos a una gran cantidad de filósofos y estudiosos que
se han encargado del tema de una mejor manera de la que yo pueda
tratar, por lo que me quedo en vagas disertaciones sobre el aquí y
el ahora, el tiempo y el espacio, un juego flexible; no lo digo yo,
es parte del sentimiento de lo fantástico, dentro de la realidad más
realista, algo que los científicos han tratado de desentrañar,
tendiendo a la relatividad, a la flexibilidad del caos.
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Mannequin: Es una serie,
parte del basto trabajo del fotógrafo estadounidense Lee
Friendlander, sin que él haya dedicado su trabajo a la exclusividad
de la moda, pues creó un excelso trabajo dentro de la foto
documental y social -siempre experimental- permeada con un toque
humorístico e irónico –a veces en la posmodernidad no queda más
que la ironía, carnavalizar el caos- esta serie tiene un lugar de
debate dentro de las implicaciones de sus imágenes en el consumo, la
moda y el género.
Ustedes dirán.
La serie capturada en
diversos lugares de Estados Unidos -San Francisco, Los Ángeles,
Tucson, Nueva Orleans, New Port y Nueva York- en el transcurso de
2003 a 2011 y expuestas por primera vez en Nueva York en 2012,
muestra un juego a la percepción donde se inmiscuye la observación
y crítica social, cargada del humor e ironía que caracterizan al
autor.
El caos es la constante,
es el juego; el del tiempo y el espacio de la captura y de la
observación a posteriori. En el blog oscarenfotos.com de
Óscar Colorado Nates (México), explica que cada imagen es una
adivinanza… El juego recae en adivinar: los expertos mencionan que
la serie cuenta con todas las firmas del autor, incluidas sus
influencias más entrañables como la del, a veces acusado de
surrealista, Eugène Atget, quien en su momento fijó la lente sobre
las vidrieras que reflejan el objeto dentro y la existencia del
sujeto fuera de –el tiempo y el espacio-.
Respecto a lo que Óscar
Colorado describe, refiriéndose en particular a esta serie, cito:
El
escaparate tiene una doble capacidad de transparencia y reflexión
donde pueden confluir dos escenas dispares. Pueden parecer una
exposición múltiple y dan pie a numerosos juegos de percepción:
Mediante una operación mental, el observador puede jugar a ver dos
escenas totalmente distintas o combinarlas como una sola imagen. (…)
Aunque estas exuberantes imágenes de Friedlander podrían parecer,
en ocasiones, un completo caos, siempre existe una lógica
subyacente, un juego perceptivo, alguna superposición o
yuxtaposición. Son imágenes jeroglíficas donde suele haber una
adivinanza. El observador apresurado se perderá este juego, pero el
paciente tendrá una doble satisfacción en esta y otras fotografías
de Friedlander: la de dar con la pregunta escondida y, por supuesto,
hallar la respuesta2.
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El tiempo y el espacio…
quizás el sitio de la Frankel Gallery, termina de
englobar esta idea, en él, se dice que son composiciones dinámicas,
imágenes con humor pero conmovedoras sobre el caos de la vida
cotidiana. No se, dependerá de quien las deguste. Por favor, sea un
observador paciente y encuentre la solución a la adivinanza.
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Desde mi perspectiva y volviendo -o revolviendo- las ideas con las que comienza esta columna, debo decir que no se si he podido ser un observador paciente, o si he encontrado la respuesta a la adivinanza, la imágenes de Friedlander, en concreto en esta serie –por que su trabajo es infinito y precioso- encuentro una alegoría a la sociedad actual, a la caótica, ya los expertos y estudiosos nos han enseñado respecto a la modernidad que la mejor cura es la revolución –ideológica e histórica- y los estudiosos de la posmodernidad ya nos han hablado de que no existe tal revolución, que hay una continuidad, una liga que parece, que jamás se va a romper, la evolución apocalíptica y postapocalíptica de los humanos en todo sentido, sin esperanza, porque, vaya, no es una liga, es un devenir que hemos visto que no se trata de una repetición de capítulos históricos, sino de una continuidad, avance y progresión de una evolución de la esencia humana.
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Veo las vitrinas y veo la megalópolis. Veo el maniquí, la representación para quien guste identificarse, total su reflejo también se proyectará -de él o ella hacía la vitrina y de ahí hacía el exterior- no en la individualidad, hacía la megalópolis, donde todo es caos ¿Nos identificamos con el caos entonces? ¿Representamos el caos? ¿Has comprado un par de jeans, previo los viste en el escaparate –previo- observaste la doble imagen de la vitrina? ¿Qué éstas comprando? ¿Viste tu figura fantasmagórica en la vitrina del caos?
No se si encontré la respuesta a la adivinanza, pienso que más bien surgió un laberinto de cuestionamiento –tiempo y espacio- me repito –tiempo y espacio-.
Laodamía, recuerda que
cada que leo, vives, cierro el capítulo antes de tu sino, me niego a
ese sino.
Todas las imágenes pertenecen a la serie: Mannequin y se pueden encontrar en el sitio de la galería Fraenkel.
Casandra E. G. Alvarado
@SacDoravaal
PlasmArte Ideas, marzo, 2016
FB: PlasmArte Ideas
Twitter: @plasmarteideas
COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel
[*Egresada del Instituto de Ciencias, generación 100, (100cias100pre).
Las letras me han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones.
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror.
Casiopea es mi guía y confidente.]
Contacto: inesm.michel@gmail.com
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REFERENCIAS
1
Jean Chevalier. A. Gheerbrant.
Diccionario de los
símbolos. Herder.
Barcelona 1995, 5ta. Edición. (1ra edición 1969) 681.
2
http://oscarenfotos.com/2015/01/03/lee-friedlander-y-su-paisaje-social/#_edn40
consultado el 18 de marzo del 2016.
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