martes, 22 de marzo de 2016

COCTEL DE LETRAS | Textura: Don't be a maniqui

[Sección coordinada por Inés M. Michel*]







[Colaboración de Casandra E. G. Alvarado]








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Todas las imágenes pertenecen a la serie: Mannequin y se pueden encontrar en el sitio de la galería Fraenkel.




El maniquí o la representación e identificación por medio de la imagen y forma, como sabemos, no es algo que competa solo a lo contemporáneo. La idea de la identificación y alusión por medio de la figura material, estática y representativa prevalece desde la antigüedad. En el diccionario de símbolos de Jean Chevalier (1995. 681) se manifiesta que el maniquí ha acompañado a la humanidad desde sus formas representativas más necesarias, como los rituales mortuorios, expandiéndose hasta el imaginario en sus implementaciones dentro de la mitología y la literatura, hasta llegar a la posmodernidad, donde éstas formas se implementan adaptadas a las necesidades sociales, momento en que la materia, ya no estática, sigue manteniendo la premisa de la antigüedad.

Maniquí: César evoca en De Bello Gallico un rito de – cremación existente entre los celtas en el que se encerraban a los hombres en maniquíes de mimbre a los que se pegaba fuego. “Se cuenta también que Laodamía había confeccionado un monigote de cera a imagen de su difunto marido y tenia por costumbre abrazarlo secretamente. Pero su padre se apercibió y lanzó el maniquí al fuego. Laodamía lo siguió y se quemó viva” (GRID, 251).
El maniquí es uno de los símbolos de la identificación, la identificación del hombre con materia perecedera, con una sociedad o con una persona: la identificación con un deseo pervertido, la identificación con una falta. Es asimilar un ser a su imagen. Se dirá más tarde: “quemar la esfinge”. Laodamía muere con el objeto de deseo, al cual se ha identificado. Es tomar la imagen por la realidad, error de la mente bajo el efecto de la pasión, que ciega el alma y la esclaviza.
En los desfiles de modelos de la alta costura, los espectadores se ven, se proyectan en los vestidos que animan las (o los) maniquíes, elegidas naturalmente por la belleza de su forma. Tales maniquíes están destinadas a desaparecer de los trajes que llevan, cual imágenes admirables pero efímeras, que reemplazará la realidad de quienes los compren. El mito de la identificación habrá actuado, por la gracia de la maniquí, añadida al arte del costurero1.


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Sobre la posmodernidad, pienso que tenemos a una gran cantidad de filósofos y estudiosos que se han encargado del tema de una mejor manera de la que yo pueda tratar, por lo que me quedo en vagas disertaciones sobre el aquí y el ahora, el tiempo y el espacio, un juego flexible; no lo digo yo, es parte del sentimiento de lo fantástico, dentro de la realidad más realista, algo que los científicos han tratado de desentrañar, tendiendo a la relatividad, a la flexibilidad del caos.

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Mannequin: Es una serie, parte del basto trabajo del fotógrafo estadounidense Lee Friendlander, sin que él haya dedicado su trabajo a la exclusividad de la moda, pues creó un excelso trabajo dentro de la foto documental y social -siempre experimental- permeada con un toque humorístico e irónico –a veces en la posmodernidad no queda más que la ironía, carnavalizar el caos- esta serie tiene un lugar de debate dentro de las implicaciones de sus imágenes en el consumo, la moda y el género.

Ustedes dirán.

La serie capturada en diversos lugares de Estados Unidos -San Francisco, Los Ángeles, Tucson, Nueva Orleans, New Port y Nueva York- en el transcurso de 2003 a 2011 y expuestas por primera vez en Nueva York en 2012, muestra un juego a la percepción donde se inmiscuye la observación y crítica social, cargada del humor e ironía que caracterizan al autor.




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El caos es la constante, es el juego; el del tiempo y el espacio de la captura y de la observación a posteriori. En el blog oscarenfotos.com de Óscar Colorado Nates (México), explica que cada imagen es una adivinanza… El juego recae en adivinar: los expertos mencionan que la serie cuenta con todas las firmas del autor, incluidas sus influencias más entrañables como la del, a veces acusado de surrealista, Eugène Atget, quien en su momento fijó la lente sobre las vidrieras que reflejan el objeto dentro y la existencia del sujeto fuera de –el tiempo y el espacio-.

Respecto a lo que Óscar Colorado describe, refiriéndose en particular a esta serie, cito:

El escaparate tiene una doble capacidad de transparencia y reflexión donde pueden confluir dos escenas dispares. Pueden parecer una exposición múltiple y dan pie a numerosos juegos de percepción: Mediante una operación mental, el observador puede jugar a ver dos escenas totalmente distintas o combinarlas como una sola imagen. (…) Aunque estas exuberantes imágenes de Friedlander podrían parecer, en ocasiones, un completo caos, siempre existe una lógica subyacente, un juego perceptivo, alguna superposición o yuxtaposición. Son imágenes jeroglíficas donde suele haber una adivinanza. El observador apresurado se perderá este juego, pero el paciente tendrá una doble satisfacción en esta y otras fotografías de Friedlander: la de dar con la pregunta escondida y, por supuesto, hallar la respuesta2.




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El tiempo y el espacio… quizás el sitio de la Frankel Gallery, termina de englobar esta idea, en él, se dice que son composiciones dinámicas, imágenes con humor pero conmovedoras sobre el caos de la vida cotidiana. No se, dependerá de quien las deguste. Por favor, sea un observador paciente y encuentre la solución a la adivinanza.





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Desde mi perspectiva y volviendo -o revolviendo- las ideas con las que comienza esta columna, debo decir que no se si he podido ser un observador paciente, o si he encontrado la respuesta a la adivinanza, la imágenes de Friedlander, en concreto en esta serie –por que su trabajo es infinito y precioso- encuentro una alegoría a la sociedad actual, a la caótica, ya los expertos y estudiosos nos han enseñado respecto a la modernidad que la mejor cura es la revolución –ideológica e histórica- y los estudiosos de la posmodernidad ya nos han hablado de que no existe tal revolución, que hay una continuidad, una liga que parece, que jamás se va a romper, la evolución apocalíptica y postapocalíptica de los humanos en todo sentido, sin esperanza, porque, vaya, no es una liga, es un devenir que hemos visto que no se trata de una repetición de capítulos históricos, sino de una continuidad, avance y progresión de una evolución de la esencia humana.





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Veo las vitrinas y veo la megalópolis. Veo el maniquí, la representación para quien guste identificarse, total su reflejo también se proyectará -de él o ella hacía la vitrina y de ahí hacía el exterior- no en la individualidad, hacía la megalópolis, donde todo es caos ¿Nos identificamos con el caos entonces? ¿Representamos el caos? ¿Has comprado un par de jeans, previo los viste en el escaparate –previo- observaste la doble imagen de la vitrina? ¿Qué éstas comprando? ¿Viste tu figura fantasmagórica en la vitrina del caos?




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No se si encontré la respuesta a la adivinanza, pienso que más bien surgió un laberinto de cuestionamiento –tiempo y espacio- me repito –tiempo y espacio-.

Laodamía, recuerda que cada que leo, vives, cierro el capítulo antes de tu sino, me niego a ese sino.


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Todas las imágenes pertenecen a la serie: Mannequin y se pueden encontrar en el sitio de la galería Fraenkel.






Casandra E. G. Alvarado
@SacDoravaal
PlasmArte Ideas, marzo, 2016

Twitter: @plasmarteideas



COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel 

[*Egresada del Instituto de Ciencias, generación 100, (100cias100pre). 
Las letras me han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones. 
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror. 
Casiopea es mi guía y confidente.]

Contacto: inesm.michel@gmail.com














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REFERENCIAS


1 Jean Chevalier. A. Gheerbrant. Diccionario de los símbolos. Herder. Barcelona 1995, 5ta. Edición. (1ra edición 1969) 681.


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