Tal vez nunca encuentre un rostro verdadero. Tal vez lo haya visto antes,
detrás de la calle,
detrás de las cortinas, de lo inmortal. Muero y me salvo de la nausea. Me
alejo de la esfera que rueda al fondo de un baldío. Busco la claridad del
horror, el trepidante goce de asistir a lo certero. La luz es un cuchillo que
parte a la mitad las costumbres, los hallazgos.
Deseo salir con prisa de este día, despertar sola bajo un cielo que cae, que me
encuentra. Repetirme en el vaho del vidrio.
No recobraré mi nombre ni el hilo ni el grito. No habrá eco que disuelva este
peso del tacto, de la fuga, ni sitio que albergue la distancia.
Estoy aquí para decirlo. No hay manos que se entreguen, que se pierdan, que
viren.
No hay transparencia en la mirada: la mía es un montón de hierba que se
mece y se aturde
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