Sección coordinada por Inés M. Michel*
Colaboración de Hilda Monraz en coautoría con Inés M. Michel
Algunas
reflexiones en torno al lenguaje incluyente. Propuestas, dudas y razones para
cuestionar(se)
“La lengua es historia y en ese proceso histórico se
han tomado las decisiones para normativizar el español de una manera u otra, en
este proceso (…) está de por medio no solo el uso, sino las restricciones y
normativización que se hace de la lengua”.
Patricia Córdova
Abundis,
directora del
Departamento de Letras,
Centro Universitario de Ciencias Sociales y
Humanidades,
Universidad de Guadalajara.
El lenguaje, en tanto producción cultural, es un ente
vivo, histórico y por lo tanto cambiante y adaptado al contexto social en el
que se crea y se desarrolla. Cada idioma se fue constituyendo bajo distintas
normas, convenciones y negociaciones cotidianas. Las palabras de cada lengua
se formaron de acuerdo con la compleja interacción humana relacionada con
las formas de nombrar, visibilizar, utilizar y hasta olvidar ciertos aspectos. A partir de aquí, reflexionemos.
En una entrevista hecha a Patricia Córdova Abundis, publicada en El Informador, se establece que “desde el siglo XIII en adelante, se fue instaurando el uso del
masculino como genérico, por lo tanto quedó este morfema como no marcado”, ante
la pregunta de por qué no fue el femenino el utilizado como morfema no marcado,
Patricia responde que esto obedece a que la mujer no estaba en los puestos de
poder.
Entonces, podemos afirmar que
el lenguaje es una construcción que tiene que ver con la política, en el
entendido de las relaciones de poder en todos los niveles sociales. También
contiene algunos pactos económicos en varios sentidos, así como enseñanzas
morales y de comportamiento individual y colectivo. En específico, la lengua
española es una de las más reglamentadas y con mayor tradición en la
codificación de su gramática. La Real Academia de la Lengua Española lleva
siglos de ordenamiento y es la máxima norma en nuestro idioma. Aunque pareciera
algo inamovible, nosotras mismas hemos atestiguado algunos cambios en las reglas
gramaticales a lo largo de nuestras vidas. Recordemos cuando se popularizó que
las mayúsculas tenían que llevar acento gráfico -o tilde- y cuando éste se les
quitó a algunas palabras, como fue lo que ocurrió gracias a una reunión de los
intelectuales de la RAE en 2010 (Aquí pueden leer una nota sobre esos cambios). Si bien, ya estaba reglamentada la tilde para
las mayúsculas, le adjudicaron a la imprenta y a sus reducidos espacios que los
acentos gráficos no se llevaran a la práctica. Ése es un ejemplo de un acuerdo tanto
oral como escrito que no fue inamovible.
De manera que lo que los grandes eruditos
nos dictan como gramatical o agramatical no es más que una serie de
convenciones que responden a su momento histórico y a discusiones de altos
conocimientos del lenguaje, de sus procesos y sus adaptaciones, pero también
del uso del poder entre ellos, que luego se imponen como normas. El uso del
masculino como genérico es un caso de estas imposiciones, por lo que argumentar
que es lo correcto per se, resulta
impreciso. Sin embargo, algunas personas expertas en literatura, filología y
demás temas específicos arguyen que el “género masculino” en la lengua
española es el “neutral” y el que abarca a la población en general. Sorprende
que aun con sus conocimientos y reflexiones no se pregunten precisamente la interrogante
que se le hizo a Patricia en la entrevista ya mencionada, es decir, por qué el
masculino es el que, aparentemente, nos comprehende a todas las personas.
De aquí se desprende otra pregunta, ¿por
qué la humanidad entera debe definirse en torno al varón como ente dominante? Y nos
toca ir más allá: ¿por qué no ocurrió en algún momento de la historia que el
femenino se hubiera tomado como la generalidad incluyente? ¿Desde qué postura y
con qué objetivo se considera que el género masculino nos represente a todas?
Un ejemplo claro lo tenemos en el hecho de que cuando se quiere hablar de la
humanidad o del ser humano, muchas veces se utiliza el concepto “el hombre”, que pretende abarcar tanto a hombres como a mujeres, ante lo que
resaltan las preguntas que nos venimos haciendo, ¿quiénes decidieron nombrar
así a la especie humana? Se ha utilizado una noción que hace referencia al
varón, quien ha detentado el poder durante siglos y que además ha impuesto en
el discurso científico estas referencias a su poder, recordemos el concepto
“los hombres de ciencia” que por tanto tiempo fue utilizado.
El lenguaje, se desprende de todo lo anterior, tiene un componente político
que es innegable. Retomamos la frase feminista de la segunda ola: “lo personal
es político”, para ejemplificar y reivindicar que, en todo caso, también el lenguaje es político; su uso
cotidiano construye relaciones de poder y por lo tanto discriminación, opresión
y privilegios específicos. La diferencia sexual también se plasma en la
diferencia lingüística y en cómo se define una persona en tanto su sexo y/o su
género. Ya
algunas historiadoras han recalcado la importancia de hacer visibles a las
mujeres donde las habían borrado sistemáticamente. Tanto en las fuentes como en
el relato historiográfico, muchas mujeres fueron invisibilizadas porque no era
conveniente su presencia para la historia que los hombres han hecho a lo largo
de los siglos. Michelle Perrot y Joan Scott lo han documentado a lo largo de
sus investigaciones y han encontrado la complejidad de las relaciones de poder
que están implicadas en la historia oficial; no sólo oprimiendo a las mujeres,
sino también a otros grupos sociales dominados en el orden patriarcal.
En el caso de la historia del arte, tenemos a Patricia Mayayo, que es
autora de un libro donde se expone la situación de muchas mujeres creadoras que
vieron minimizados sus logros, que tuvieron que firmar sus obras con seudónimo
para poder ser comercializadas o que quedaron a la sombra de sus pares
masculinos, a quienes se les prestaba más importancia, simplemente por el hecho
de ser hombres. Cuestiona también el uso de “genio”, palabra asociada tradicionalmente
a los hombres. (Aquí pueden encontrar información sobre su texto titulado: Historias de mujeres, historias del arte).
Más allá de señalar esto, lo importante es hacer consciente el hecho de que
utilizar conceptos como “hombres de ciencia” en sustitución de comunidad
científica, “el hombre” como sinónimo de ser humano o cualquier genérico
masculino, contribuye a invisibilizar a las mujeres y es, junto con todo un
conjunto de prácticas, una manera de perpetuar las desigualdades entre hombres
y mujeres.
En las últimas décadas algunos gobiernos
han tomado algunas demandas feministas para ponerlas en práctica en
políticas públicas que pueden ser tomadas como “políticamente correctas”. Desde
los años 80 en España, por ejemplo, ya se habían establecido resoluciones y
textos que atacaban el sexismo en el lenguaje y regulaban la inclusión. Pero
estos acuerdos se convierten en lo mismo que hace la RAE: normas que pocas
veces tienen anclaje en la cotidianidad del uso del poder. En el caso del gobierno
federal mexicano, se han elaborado varias guías de cómo usar lenguaje
incluyente que resultan bastante claras y dinámicas. (Aquí un ejemplo).
No podemos dejar de reconocer el trabajo que está detrás de un texto así, pues
implicó la insistencia en el problema de la exclusión y la opresión. Sin
embargo, las resoluciones a que llegó no son conocidas ni por todos los funcionarios públicos ni por toda
la ciudadanía. Tampoco puede considerarse un reflejo de la vida cotidiana,
puesto que los juegos de poder aún están dominados por los hombres, incluso en
el lenguaje.
Podemos esbozar cuatro propuestas comunes a la hora de
poner en marcha el lenguaje incluyente desde distintas perspectivas. Una es utilizar "todas y todos", incluir lo femenino y lo masculino en cada oración que lleve
esas referencias. Esta propuesta se ha discutido bastante. La incomodidad con
la RAE y otros eruditos nos lleva a la acalorada discusión sobre lo que llaman
“economía del lenguaje” y que, realmente, se trata de algo reciente. En el
siglo XIX mientras más rimbombante sonara el inicio de un documento civil o
eclesiástico, era mejor visto tanto por escribanos como por abogados e incluso
académicos de la lengua española. Así que pareciera que apelar a una economía
del lenguaje, tiene más que ver con mantener los paradigmas del género
masculino como “neutral” y a las pocas ganas que algunos personajes tienen de
reflexionar sobre las implicaciones políticas de esto.
La segunda propuesta aboga por feminizar
lo que hasta hoy se ha considerado como “neutral masculino” y hablar de
humanidad en vez de humanos, de priorizar a las mujeres en la generalidad e
incluso de decir "todas" en vez de "todos". Desde hace algunas décadas, algunos
colectivos feministas han propuesto que en un grupo conformado mayoritariamente
por mujeres, lo correcto es utilizar el femenino como genérico, por ejemplo, si
asistimos a una reunión donde hay ocho mujeres y dos hombres (o cualquier otra
proporción en la que sea mayor el número de mujeres que de hombres) saludaríamos
con un “buenos días a todas”, entendiéndose que se incluye también a los
hombres presentes.
La tercera propuesta es el uso de la "x" en los generales: “todxs”, “profesorxs”, etc. Esta medida se ha popularizado en redes sociales.
Aunque la policía de la RAE venga y nos sancione porque es algo
“impronunciable”, habría que decir que las letras tienen distintos significados y
significantes a lo largo de la historia. Las palabras que hoy pronunciamos en
algún momento fueron impronunciables, así como hay palabras antiguas que hoy no las sabemos
decir. Por ejemplo, en el castellano del siglo XVIII se usaba la "f" en vez de la "s"; hay documentos que al
paleografiar se tiene que traducir porque no se puede pronunciar “afta” que es un “hasta”. En otros casos como el de la "v" como "u"(que puede relacionarse con
el latín) no podemos leer “qve”
porque para nosotros lo “gramaticalmente correcto” -en el siglo XXI- es "que", y así se pueden encontrar más casos comunes de
variaciones en el mismo idioma.
La última propuesta, un poco más propagada
que las anteriores, es el uso de la "e"
para lo neutral. Así, encontramos un “todes”, un “muches”. Aunque cuidado, no se
trata de agregarle una “e” o una “x” a todas las palabras, sino específicamente
a las que conllevan un colectivo, una generalidad o una relación de poder y ahí
es donde toca usar el cerebro para ver más allá de las letras. No estamos
hablando de ridiculizar la oralidad o la escritura al mencionar “tarjeta y
tarjeto” o “pantalla y pantallo”, ni otros ejemplos poco pensados
cuando algunos intentan demeritar la lucha feminista por el lenguaje
incluyente. El objetivo es dejar claro cuál es el problema de la invisibilidad
de lo femenino en el lenguaje, analizar por qué lo “neutral” es el género
masculino y entonces proponer nuevas formas que incluyan de verdad a la
población en general y a todas las personas en su totalidad. Porque no estamos
hablando de cosas, ni de lugares o paisajes, estamos hablando de buena parte de
la humanidad que gracias a los distintos mecanismos culturales, políticos y
económicos ha sido oprimida en aras de la “homogeneización” que no es otra cosa
que la naturalización del poder patriarcal.
En cuanto al uso de las palabras
neutrales, un caso significativo que podemos mencionar es el de Suecia, país
que, en 2015, oficializó en el diccionario de la lengua sueca el pronombre “hen”,
una adaptación del finés “hän” -pronombre neutral que existe en este idioma
desde hace siglos-, cuyo uso se popularizó entre los jóvenes para hablar de una
persona de la que no conocemos su género o en un contexto en que no es
necesario o importante especificarlo. (Aquí la nota).
Finalmente, hay que reconocer que tanto el
lenguaje como las posiciones políticas que reivindicamos son complejas y
diversas. Tal vez, el primer paso para abrir la discusión sobre el lenguaje
sexista y el lenguaje incluyente es sembrar dudas. Así como los feminismos han
cuestionado toda clase de roles culturales y sociales en distintas latitudes y
periodos de la historia, del mismo modo hay que cuestionar los significados y
las atribuciones que están detrás del lenguaje. Probablemente, también esos
cuestionamientos sean parte de las grandes contribuciones feministas a la
crítica cultural, porque lo que no se nombra no existe y si se nombra en
femenino incomoda, replantea y, en el mejor de los casos, nos mueve al
empoderamiento.
Les invitamos a reflexionar que el
lenguaje es un ente vivo, que está en constante transformación y que estas
modificaciones son hechas por sus mismos hablantes. Los diccionarios, como
marco normativo, son útiles y se encargan de recoger una serie de reglas para
el uso del lenguaje, pero son los hablantes los que, a final de cuentas,
determinan los cambios que su propia lengua irá sufriendo, pues el uso se impone
sobre las reglas escritas. Consideramos necesario cuestionarnos el masculino como
genérico, más allá de las normas establecidas, ya que el lenguaje configura
realidades y también nuestra percepción del mundo. Cómo hablamos y cómo designamos lo
que nos rodea influye mucho en nuestra relación con el entorno, plantearse un idioma en el que se incluya a ambos géneros cuando de generalidades
se trata no es una cuestión banal, y no es tampoco una demanda que sustituya o
se contraponga a otras como el acceso a salarios equitativos o
cualquiera relacionada con las luchas de género.
Hilda Monraz e Inés M. Michel.
@_biographer @inesmmichel
PlasmArte Ideas, septiembre, 2018.
Instagram: @plasmarteideas
*COCTEL DE LETRAS es coordinada por Inés M. Michel.
[Las letras le han salvado de los hombres grises en innumerables ocasiones.
Fiel lectora de Ende y de un sinfín de historias fantásticas y de terror.
Casiopea es su guía y confidente.]
Contacto: inesm.michel@gmail.com