[Sección coordinada por Víctor D. Magallón*]
[Colaboración de Natalia Ulloa]
[Colaboración de Natalia Ulloa]
En muchas ocasiones como músicos hemos recurrido a una gama amplia de vestimenta para cada tipo de música que interpretamos: para la salsa, la bossa, el jazz y la música formal.
Sin embargo, en las primeras tres no hay mayor
dificultad si el vestuario no es estrictamente el indicado para esa
interpretación, pero en la música formal aquello se convierte en tema de
escándalo.
Alguna vez hemos asistido a un concierto de
música “clásica” (he de preferir llamarle formal para evitar confusiones con
algún periodo específico) en donde hay gente vestida elegante, perfumada y los
músicos van de igual forma, guardando un protocolo y una etiqueta determinada. El discurso general para dar cuenta de este protocolo es el respeto a los
intérpretes, el que se va de gala cuando se celebra algo de alto nivel, etc. Sin
embargo, la incomodidad de algunas personas que no visten así se hace notar y
cuando un músico no va de esa forma es un poco contradictorio para el escucha “acostumbrado”.
¿De la vista o la vestimenta nace o influye el
amor por la interpretación? Habrá que responder primero de dónde viene esa
costumbre de vestir así.
En el periodo antiguo la música formal iba
dirigida a la realeza y a personas de “alto estatus social” que podían disfrutar
de los placeres que enaltecían el espíritu. Por ende, tanto ellos como los
músicos vestían de forma elegante para dar a conocer el estatus y la posición
gubernamental en la que se encontraban.
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A la llegada del romanticismo se implantó la
necesidad de difundir la música formal para todas las clases sociales, y el
músico ya que conservaba dicho estatus por ser empleado del rey o el gobierno,
seguía vistiendo de la misma manera y la gente del pueblo que asistía vestía
sus mejores ropas, imitando en cierta forma el estatus de estos antiguos escuchas
de alto rango y agregando una explicación de formalidad ante una música que enaltecía
el espíritu.
A lo largo de la historia se intentó romper con las barreras de la música formal y el público en general. Sin embargo, para
conservar la tradición, se inculcaron valores a la vestimenta como el respeto,
la prudencia. La moral de los tiempos también se vio infiltrada al considerar
este vestir de ambos como una señal de compromiso que tenían hacia la música
que interpretaban, juzgando de inapropiados e incultos a aquellos que fuesen de
distinta forma.
En la actualidad los músicos se intentaron
revelar a esta práctica, un ejemplo es el músico Horacio Franco quien criticaba
esta formalidad arraigada que establecía una especie de máquina del tiempo
antigua al ir a un concierto de música formal, de música de “viejitos”.
Aunque la intención de Horacio Franco fue muy
buena pronto le llovieron las controversias por dicho acto: parecería que no se
tomaba en serio la música, distraía a la gente y muchos criticaban su
interpretación por este hecho o iban sólo por el morbo de verle diferente.
Distintas orquestas y músicos siguieron inculcando este vestir como parte
esencial de la presencia escénica y como una tradición formal al respeto de
esta música.
Considero hasta cierto punto justificable el
hecho de la formalidad como elegancia para un evento de música. Pero me parece
que es un punto frágil el arraigarlo a la música formal y conservar esa
tradición que de fondo carga un discurso moral, de clase y hasta tiene
relevancia en la interpretación musical. Pues nos hace notar que varias de
nuestras costumbres y decires siguen tan parecidos como siglos anteriores. Y
esto es preocupante.
Entonces, ¿de la vestimenta y la vista nace el
amor por la música? Diría que no de fondo pero la costumbre hace que de la
vista nazca el amor y que tenga peso en una “buena interpretación”.
Natalia Ulloa.
nataliaulloa15@gmail.com
PlasmArte Ideas, noviembre, 2017.
*Mousse Media, es coordinada por Víctor D. Magallón
[Gusta de realizar sesudos análisis en busca de la última temporada de
Los Simpson que haya valido la pena.]
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