[Sección coordinada por David A. Becerra*]
[Colaboración de Julián Bastidas Treviño]
En el
2009 tuve la oportunidad de ir al Festival
Internacional de Cine de Morelia (FICM), en Michoacán, junto a varios
amigos de la Facultad (de Artes de la UABC). Todos estudiábamos la licenciatura
en Medios Audiovisuales por aquel entonces, y para muchos de nosotros era el
primer festival al que teníamos la oportunidad de asistir. Obviamente, la
experiencia fue muy distinta para todos, aunque en general la mayoría quedamos
muy impactados.
Para mí
ésa ha sido una de las mejores experiencias que he tenido cinematográficamente;
y una decisiva para mi vida: después de ir ahí se me terminó de confirmar que
ése era mi camino y ésa era mi dirección. Lo primero me quedó muy claro, lo
último tardé todavía algunos años en darme cuenta.
Estudiar una carrera artística o humanística como el cine es siempre algo muy complejo. En mi caso tuve la suerte de haber sido apoyado a ello por mi familia, quienes incluso se sentían orgullosos por ello. Pero, aun así, fue una decisión difícil sobre todo por lo que implica en nivel de competencia y de competitividad a nivel regional, nacional y global. Por ello, los primeros semestres de mi carrera fue muy difícil para mí decidir si ése era realmente mi camino. Sentía que la escuela no me estaba retando, y no sabía si tenía en mí el talento para autodesafiarme y alcanzar las grandes ligas cinematográficas, que era donde me interesaba estar: haciendo cine de autor.
El festival de cine entonces jugó un papel
muy importante para mí. Aquí surge la primera aclaración importante que sería
bueno hacer: no es lo mismo un festival de cine que una feria:
a)
Lo
que entiendo por una feria es una
palabra más ligada a la exhibición y a la compra/venta de productos. El punto
central de una feria es entonces el mercado.
Lo que se busca en ella es incentivar nuevas formas de él o expandir y
renegociar sus límites.
b)
Por
festival entiendo, por otra parte,
algo que está más ligado al festejo, a la fiesta. Esto no exime al mercado,
pero la centralidad de la fiesta está en el disfrute, en el departir, en la
creación y el fortalecimiento de vínculos personales; así como en el
establecimiento y comunicación de rituales de trascendencia o de comunión de
distintos tipos.
Entendido
así, el FICM se ha pasado a través
del tiempo (y a pesar de su nombre) de un verdadero festival de cine a, tal
vez, la mayor feria del cine nacional; pero, a final de cuentas, una feria. Esto,
porque lentamente ha devenido su centralidad en el consumo, en el mercado del
cine a diferentes niveles, en detrimento de su celebración, que en cuanto
celebración es popular, es pública, es presente.
En
aquel año 2009 yo venía de un semestre y una proyección de profesores de un muy
bajo nivel en la licenciatura. Por ello no sabía si, como dije, debía seguir
estudiando esa carrera. En este contexto se dio el viaje.
En ese
tiempo tenía un amigo muy cercano, Bashoko, con familia con una casa por allá.
Así que ambos decidimos, apasionados que querían llegar a un escenario y a una
ciudad como esa en un futuro como creadores, irnos una semana antes del
festival a estar durante un congreso de cine que harían ahí. La
semana del festival, además, decidimos gastar nuestros ahorros para ir a todas
las películas posibles.
El
congreso fue tremendamente aburrido. Ahí nos enfrentamos a la vacuidad con que
temas tan apasionantes como las artes pueden ser abordados por los dinosaurios
de la academia. Prácticamente en una semana no escuché una sola idea
interesante sobre cine, por más que estuviera poblado de “doctos” cinéfilos
profesionales.
En el
festival, en cambio, mi amigo y yo conseguimos ir a unas 4 proyecciones por día,
además de colarnos a un gran número de eventos de una gran calidad, incluidas
conferencias con directores reconocidos (como Amat Escalante). A pesar de ello
creo que lo mejor del festival no fue ninguno de los eventos especiales: sino
que prácticamente después de cualquier proyección, fuera nacional o
internacional, había algunos miembros de la producción presentes, tanto del
elenco como del equipo de filmación, para responder preguntas y dialogar con
los cinéfilos que ahí estábamos. Así recuerdo, por ejemplo, una charla
memorable con Fred Roos quien venía como productor del filme Tetro (Coppola,
2009); ahí él se asumió como “representante” de Francis, y nos contó un montón
de anécdotas de vida, de producción y del medio. Pero como ésa hubo muchísimas
presencias geniales que me dejaron una marca indeleble en la memoria. Ése fue
un periodo fundamental para mí para terminar de afinar mi ojo crítico y
analítico en el cine. Además de empezar a trazar una relación profunda,
existencial y objetiva con la apreciación de un filme.
Para mí
ese viaje definió lo que quería hacer de vida. Por una parte decidí, a pesar
del nivel que veía en la escuela, seguir en la carrera, pues mi pasión por el
séptimo arte era tan desbordada que no tenía por qué dudar que ese era mi
camino. En ese momento pensaba que eso iba a desencadenar en ser un gran
director de cine, o al menos en hacer una carrera en producciones a nivel profesional.
Eso no fue así, con el tiempo y con la madurez me di cuenta que lo que ahí se
había forjado era mi verdadero destino: ver, disfrutar, y entender el cine en
múltiples niveles, no hacerlo. Lo que se estaba trazando era mi camino como
crítico, como teórico y, sobre todo, como profesor de cine. Cosa que hasta la
fecha alegra mis días.
En ese
sentido, creo que en las escuelas de cine se hace demasiado énfasis en la
posibilidad de profesionalizar el quehacer, pero poco énfasis en la posibilidad
de profesionalizar también el pensar, el enseñar, difundir o analizar este arte
tan peculiar.
Esta
anécdota la cuento porque hace un par de semanas, del 20 al 22 de octubre, 8
años después de aquella primera vez, tuve la oportunidad de ir de nuevo al
FICM, aunque esta vez me topé con una experiencia muy distinta.
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Tomada de:imcine.gob.mx |
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Y es
que no sólo yo había cambiado, sino que, por desgracia, el festival también. Por
una parte la estructura del festival se volvió completamente elitista: ahora la
alfombra roja era un evento exclusivo en el que uno no puede acercarse ni
remotamente a los artistas (la vez anterior mi amigo había logrado conseguir un
autógrafo de Tarantino).
Al
mismo tiempo, con el espíritu de antaño, junto a mi novia compramos boletos
para 7 funciones, nacionales e internacionales: fueron grandísimas películas,
de eso no tengan duda, pero lo que para mí había más sido más marcante no era
eso, sino las post-películas, y de ellas no nos tocó ni una sola.
Tampoco
nos tocó ninguna conferencia anunciada para el público, ningún evento masivo
abierto. Lo que había ahí no era una verdadera fiesta del cine.
Por
ello, a pesar de las películas extraordinarias que vimos nos preguntábamos mi
novia y yo: ¿qué tanto esto dista de cuando fuimos días seguidos al Cinépolis
local a ver el ciclo que presentaron de Kubrick?, ¿o el de cine francés? La
verdad es que muy poco o nada. La experiencia del festival incluso fue menos
fiesta que la que uno podría encontrar en un buen cineclub.
Por
años me arrepentí de no seguir yendo, año con año, a semejante fiesta del cine
que hacían en Morelia. Me imaginaba todo lo que me estaba perdiendo y me
recriminaba.
Este
año, por otro lado, es el último que voy a Morelia a su festival: pues de él lo
único que queda es, como les dije, una feria del cine. Sí, tal vez ahí se
negocien los mejores contratos para distribución a varias producciones
nacionales e internacionales que se estrenan; sí, tal vez consigan los mayores
estrenos de cualquier festival en México. Sin embargo, como cinéfilo, como
amante del cine, la celebración no pasa de un mero consumo: así, en el sentido
más banal.
PlasmArte Ideas, noviembre, 2017.
FB: PlasmArte Ideas
Twitter: @plasmarteideas
Ensalada Freak es coordinada por David A. Becerra
[*Cocinero de primera, perdón de primer año,
experto en revolver cosas sin un orden específico,
se me encargó la elaboración de ensaladas y otros platillos.
Tengo la intención de escribir varios libros,
de cursar varios diplomados, algunas maestrías y un par de doctorados,
hablo más o menos español, y lo escribo al 50%;
soy el fundador y único miembro de mi propio club de Star Wars.]
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