jueves, 23 de noviembre de 2017

ENSALADA FREAK | A Contraluz: Cine, símbolo y revolución: I. La paradoja del cine

[Sección coordinada por David A. Becerra*]




[Colaboración de Julián Bastidas Treviño]






I.              La paradoja del cine[1]





The very substance of the ambitious is merely the shadow of a dream”.



-Hamlet, William Shakespeare.



La pregunta, la metáfora, la afirmación en negación y la paradoja son formas extremadamente curiosas del pensamiento. Pues éstas, a diferencia del común de las formas del mismo, no buscan cerrar, aterrizar, controlar las ideas del interlocutor; sino abrirlo, despegarlo, libertarlo de las ataduras normales de su pensamiento para tratar de que se le revelen direcciones distintas que podrían resultar extremadamente profundas, interesantes, fértiles.

El cine posee, curiosamente, una paradoja que lo conforma desde su misma esencia, y que le revela, al mismo tiempo, un lazo especial con una de las actividades más íntimas que tenemos en nuestra experiencia universal humana: los sueños.

La paradoja se podría enunciar así:

-¿Soñamos de la manera (aparentemente “cinematográfica”) en que soñamos porque hemos sido moldeados a ello por la existencia del cine?, ¿o el cine ha tomado esta forma de ser construido por la manera en que están estructurados originalmente nuestros sueños (“el lenguaje de nuestro inconsciente”, diría Jung)?-

Como toda paradoja este asunto es absolutamente irresoluble: nunca sabremos si en el siglo XIX, antes de la invención del cinematógrafo, los sueños de las personas fueran cinematográficos como los nuestros, o si eran mucho más parecidos a una representación de una obra de teatro.

¿Cuál sería la diferencia?

Tal vez la cuestión no es demasiado obvia para aquellos que no han llevado una libreta donde apunten cotidianamente sus sueños, tampoco lo será para los que no se han puesto al empeño de analizar lo onírico a plena profundidad. Pero si hacemos el ejercicio y pensamos en algún sueño que hayamos experimentado y que tengamos presente, veremos que lo que vivimos fue algo que podríamos denominar cinematográfico: si bien no hay movimientos de cámara claros, sí hay primeros planos, entradas simbólicas, planos-detalle, yuxtaposiciones de imágenes, narrativas que se cortan; e incluso momentos donde nosotros no somos propiamente un personaje concreto del sueño, sino más bien una perspectiva -extremadamente parecida a una cámara- que “capta” lo que se desenvuelve ahí. Una representación mucho más teatral se manejaría en un “lenguaje” radicalmente distinto a eso que acabamos de describir.

Pero, más allá de lo irresoluble de esta paradoja, lo que se nos está revelando aquí es la relación radical y absolutamente íntima que poseen el cine y lo onírico (ya entramos “a la fiesta del pensar”, diría Heidegger). Una que llega a tal punto que los límites de lo que podría ser distinto en el “lenguaje” de uno y otro clara y distintamente se nos escapa.


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Fotograma de Un chien andalou
(D.: Luis Buñuel, E.: S. Dalí y L. Buñuel, Francia, 1929)


Pues, en cambio, cuando pensamos en la diferencia entre el cine y nuestra experiencia consciente, inmediatamente podemos encontrar diferencias: si bien la vista y el oído son, tal vez, los sentidos principales que componen nuestra experiencia, el resto de ellos también están constituyéndonos todo el tiempo. Por eso el cine, en cuanto una reproducción de la consciencia sería una herramienta incompleta, porque no es capaz de reproducir los olores, los sabores, las caricias, etc. que son básicos para ella.

Con los sueños no pasa esto. Eso es porque no nos podemos relacionar con ellos de primera instancia: aunque parezca una obviedad, para experimentarlos necesitamos estar, por definición, dormidos. Por lo que todo lo que escribimos, decimos, recordamos, pintamos, tememos o esperamos de ellos siempre se da en un plano distinto al que ocurren. Y pasa que en este plano no tenemos realmente una relación con los sueños que sea algo más que audiovisual. Sí, podría pasar que olimos una flor en un sueño, pero al igual que como cuando experimentamos una película, cuando hablamos del sueño no podemos recordar propiamente ese olor, sino que lo que tenemos es una narrativa de ese pedazo del sueño como si fuera un “escena” de un filme: hay un personaje -nosotros- que hace la acción de oler una flor y que ello le representa a él (como un externo a nosotros) un cambio, una significación, una redirección o sofisticación de su acción; es decir, no olemos la flor de vuelta en cualquiera de las interacciones que tenemos con el sueño, de la misma manera que  no olemos el sudor de Monica Bellucci en ninguno de sus filmes (a lo mucho podemos hacer el esfuerzo de imaginar/recordar algún olor que acompañe la experiencia de ver el filme, pero eso no formaría parte de ella en primera instancia).

Coincido plenamente con Carl Jung en que los sueños son una de las formas más puras y potentes de contacto que tenemos con nuestro inconsciente. En ellos se juegan los símbolos, las metáforas, los signos que nos definen como seres humanos que hablan, se mueven y matan en el mundo (para ver cómo entiendo la diferencia entre metáfora y símbolo les recomiendo un pequeño video que hice). 

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Es por eso que entender ese “lenguaje”, ese modo de estructurarse y de explicitarse de los mismos es la manera más potente que tenemos de leernos y de conformarnos a nosotros mismos, incluso en aquello que aparentemente escapa a nuestro control: las fobias, depresiones, rencores y amores que nos “poseen”. Es decir, hablar el leguaje de los sueños es hablar, por así decirlo, el lenguaje de nuestras “almas”. Hablar correctamente el lenguaje onírico sería entonces poder estructurar un discurso más allá de la razón, más allá de la consciencia; tal vez hasta el corazón mismo de lo que somos, de lo que nos conforma de manera más primaria, primordial.

“Cuando la película no es un documento, es un sueño” dijo alguna vez Ingmar Bergman. Un documento nos habla de un registro, de un estado cerrado, prescrito. Un sueño, contrapuesto a ello, sería la posibilidad del cambio, de un objeto abierto que revolucione a lo que se encuentre con ello. Un documento sería un placebo. Un sueño sería una bomba: imposible salir siendo el mismo.

Y es que lo que se nos revela en la más primera de las instancias cuando constatamos esta cercanía tan radical entre el 7mo arte y el inconsciente es que podría haber una posibilidad absolutamente transformadora y radical del primero para afectar al segundo. Es decir, la posibilidad del cine de volverse una experiencia plenamente trascendental, catárquica en toda la extensión humana. ¿Pero cómo eso sería posible?

Por ahora sólo diremos que tal vez entre Buñuel y su píldora tengan la razón:


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Julián Bastidas Treviño.
julian.bastidas@gmail.com

PlasmArte Ideas, noviembre, 2017.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
  

Ensalada Freak es coordinada por David A. Becerra
[*Cocinero de primera, perdón de primer año, 
experto en revolver cosas sin un orden específico, 
se me encargó la elaboración de ensaladas y otros platillos. 
Tengo la intención de escribir varios libros,
 de cursar varios diplomados, algunas maestrías y un par de doctorados, 
 hablo más o menos español, y lo escribo al 50%;  
soy el fundador y único miembro de mi propio club de Star Wars.]

Contacto: davidalfonsobecerra@gmail.com










[1] Esta es la primera de una serie de entregas que formarán parte de la misma serie titulada Cine, símbolo y revolución.

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