lunes, 7 de mayo de 2018

AL FILO DEL CAFÉ | La filosofía griega o crónica de una muerte anunciada


Sección coordinada por J. Ignacio Mancilla*



Es un gusto iniciar esta nueva sección de PlasmArte Ideas;  y lo es todavía más, dar comienzo con un texto de un joven filósofo, Irving Josaphat Montes, agudo como pocos. Lo conocí, recientemente, como alumno oyente en mis cursos del Departamento de Filosofía del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH) de la Universidad de Guadalajara. Fue un alumno fuera de lo común, cuestionador, pero con ideas y con argumentos; con el que pude, por fortuna, casi de manera inmediata, construir un diálogo más allá de las clases y que hoy, de alguna manera se prolonga por este medio, además de otros.

Este texto por demás breve es punzante, como muchas de sus ideas; lo dejo a la “crítica” de las y los lectores de este espacio, para que empiece, con él, una nueva sección que quiere sacar la filosofía de la academia, sin que ésta pierda su esencia y rigor y sin que, por supuesto, eso es lo que espero, ésta, la filosofía, deje de involucrarse con una realidad que nos demanda, antes que otra cosa, pensarla.

Y sí, todas o todos fuimos jóvenes (algunas y algunos de ustedes, amables lectores, lo siguen siendo, seguramente), como Irving Josaphat, como lo fue también Sócrates; pero Irving es, además, como Sócrates lo fue, un filósofo que empezó desde joven.



Colaboración de Irving Josaphat Montes



El mundo no nos concede nada. Sigamos el juego de Husserl, la epojé temática: se puede creer que el “yo” constituye el mundo, que el mundo es porque yo soy; que sin yo no hay mundo, que sin yo no hay otros. Y aunque esta “creencia” es producto de una reducción fenomenológica seria, de un proceder lógico riguroso, no deja de mostrarse como una creencia inconsistente; Husserl las señala. Y es que ninguna creencia está exenta de inconsistencias; habría que decir, incluso, que a la creencia le es inherente la inconsistencia, que no se puede creer consistentemente, pues creer consistentemente, antes que ser creencia, sería demostración apodíctica, irrefutable. Uno cree, entonces, no por haber arribado a dicha creencia a través de un proceso lógico sin contradicción alguna; todo lo contrario: uno cree ya sea porque nunca navegó sobre las aguas del pensar o porque se ha navegado hasta el cansancio, y no ha quedado de otra que reconocer el propio naufragio. Toda creencia es, pues, salto de fe. Por fe y sólo por fe, se puede creer en cualquier teoría solipsista –como la que expone Husserl para luego refutarla-, por fe y sólo por fe, se puede creer en lo contrario, en la intersubjetividad, en un mundo no como un “mundo-para-mí”, sino como mundo compartido, como “mundo-para-todos”; Husserl no lo llama “fe”, lo llama “paraficación”. Pero ninguna de estas dos creencias afecta al mundo; porque el naufragio sólo se puede dar en las aguas del pensar. Porque la contradicción sólo puede germinar -y de hecho siempre germina- ahí donde se lleva a cabo un procedimiento lógico, ahí donde se piensa con seriedad, derivando una premisa de otra hasta llegar a un punto muerto, a la aporía, ahí donde nada se sigue de lo exhaustivamente construido. Y como la contradicción, las fracturas, radican sólo en los edificios construidos por el pensar, no se podría enunciar que: “el mundo es inconsistente”, pues cuando pensamos en “mundo”, pensamos en algo que no sea discurso, que trasciende toda construcción lógica y que, por tanto, es a través de alguna construcción lógica que se podría acceder al mundo. Pero ya está aquí la paradoja: tratamos de acceder a un mundo que reconocemos, por principio, como irreductible a cualquier discurso, desde un discurso. Ergo el “mundo” no puede estar sometido a ningún juicio de verdad o falsedad, porque todo juicio es lógico; no se puede decir lógicamente nada de algo que no se reconoce como lógico. La trabas del pensamiento habitan en el pensar mismo; aquello que es susceptible de ser verdadero o falso no es el mundo, sino lo que enunciamos sobre el mundo. En otras palabras: aquello que es susceptible de ser verdadero o falso, no es aquello de lo que habla el discurso, sino el discurso mismo. Todo juicio está sujeto de verdad y falsedad, pero el mundo que reconocemos como “mundo objetivo” no es un juicio, entonces lo que está sujeto de verdad o falsedad, son los juicios que predicamos sobre el mundo. El asunto es que lo que no podemos hacer es habitar el mundo como tal, cuando Lacan dice que somos “seres lingüísticos”, está diciendo que somos seres que habitan discursos y que no podemos no habitarlos, que no podemos sino formular juicios. 

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Tomado de: es.pngtree.com

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Esto es más radical de lo que aparenta, porque en toda percepción hay juicio, y por tanto, la percepción formula discurso, estando sometida, consecuentemente, a ser verdadera o falsa. Si digo, por ejemplo: eso es un “árbol”, o incluso sino lo digo, si tan sólo percibo eso como “árbol”, estoy emitiendo un juicio, estoy enjuiciando al mundo con mis pre-juicios. Porque si yo increpo, si yo problematizo la frase, ésta parece dejar de tener sentido. Yo podría preguntar, por ejemplo, al más puro estilo socrático: ¿en qué consiste ser árbol? La pregunta es coherente, si yo me digo a mí mismo que eso es un árbol, puedo presuponer que, de hecho, tengo la idea del ser del árbol, esto es, tengo la idea de en qué consiste ser árbol, de tal forma que cuando digo que “eso es un árbol”, lo que estoy diciendo subversivamente es: eso es un árbol porque coincide con mi idea de árbol, porque cumple los requisitos, porque todo los juicios que pueda formular sobre la idea del árbol, tendrían que ser los mismos juicios que pudiera formular sobre esa cosa de la que predico que es un árbol. Pero no es que “esa cosa” esté en cuestión, lo que está en cuestión es el juicio que he formulado sobre ella, es decir, lo que pongo en cuestión es el discurso que yo he mismo he formulado sobre eso que denomino mundo real o mundo objetivo. Lo que se puede poner siempre en cuestión no es eso sobre lo que se predica, sino lo predicado. Filósofo es aquel que pretende formular el predicado que coincida, exactamente, con aquello de lo que se predica; filósofo es aquel que intenta formular un discurso que no naufrague en el pensar, que no trace círculos sobre sí mismo, un discurso sobre el mundo cuyos enunciados sean verdaderos, sin contradicción alguna, esto es: un discurso consistente. Ese discurso tendría que ser El discurso, y, simultáneamente, la muerte de la “creencia”. Hegel cambia las reglas del juego, Hegel encuentra que el único discurso consistente es aquel que devela la inconsistencia de todo discurso. Encuentra que el único juicio coherente que pudiera formular todo filósofo, es que todo embarque por el mar del pensamiento, conlleva siempre al naufragio. La muerte de Dios se puede formular también como la muerte de El discurso. Por eso el único discurso válido es el discurso que se valida a sí mismo. Esto es la “Voluntad de Poder” de Nietzsche; el intento de validar un discurso en renuncia de la absoluta consistencia, en renuncia de la verdad. Si para recuperar un discurso (ético-moral) Kant proclama un “como si”, Nietzsche proclamará un “porque sí”, recuperar el mundo “porque sí”, habitar el mundo “porque sí”. Mantener un discurso a pesar de su inconsistencia, habitar un edificio a pesar de sus fracturas y su inminente derrumbe; es eso o nada, es eso o quedarnos a la intemperie. 

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Irving Josaphat Montes.
PlasmArte Ideas, mayo, 2018.
Twitter: @plasmarteideas
Instagram: @plasmarteideas
  
Al Filo del Café es coordinada por J. Ignacio Mancilla*.

[Ateo, lector apasionado, 
militante de izquierda (casi solitario).
Lacaniano por convicción
y miembro activo de Intempestivas,
Revista de Filosofía y Cultura.]

Contacto: ig.man56@gmail.com








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